Prólogo: Arnau
El deseo de
sangre controla a los vampiros, pero en mi caso es peor.
Por años viví encerrado, bajo la continua vigilancia de todos, siempre
temiendo a todo y a nada, en todos los años que viví con mi familia en un
barrio pobre de Salmedra.
Hankierv fue dividido en seis zonas en cuanto fue creado; Dextor y
Salmedra son las únicas zonas mixtas,
donde los seres de diferentes razas podemos convivir sin prejuicios ni
problemas. Pero toda criatura quiere estar rodeado de sus iguales, Helcron
siempre fue mi sueño, el reino de los vampiros, vivir con mis iguales, poder
conocer a una aristócrata, enamorarnos y vivir felices por siempre. Pero donde
nacer no se escoge y, en un mundo como Hankierv, tampoco se escoge donde vivir,
pocos privilegiados pueden vivir junto a los reyes de cada raza, pero muchos
nos vemos obligados a vivir junto a las ratas.
Todos los que nacen en las zonas mixtas tienen dos destinos: servir a
las familias adineradas que quieran darse el lujo de tener sirvientes a su
servicio o trabajar para que el reino prospere, como dicen los reyes, pero lo
único que prospera es el grupo de adinerados.
Los libros de historia sobre Hankierv y la Gran Separación dicen que
dejamos el mundo de los humanos para poder subsistir en paz y armonía como
iguales, pero si ese fue el ideal en un inicio, ya no lo es. La estratificación
social es tan marcada y evidente que nadie puede no notarlo. Los ricos son
ricos y los pobres mueren de hambre.
Los vampiros luchamos por poder alimentarnos, muy pocos seres permiten
que un vampiro beba su sangre para poder subsistir, ya que eso incluye perder
un poco de fuerza cada vez que es necesario, lo cual les dificulta realizar sus
trabajos. Así nacieron los ladrones de sangre. Vampiros que atacan a los nefilim
y a las hadas para robar parte de su sangre y alimentar a sus seres queridos.
La vida en el reino no es lo que se pretendía, los ideales de la Gran
Separación se han perdido. Los reyes de los cuatro reinados dejaron de ayudar
al pueblo para proteger a una chica, todo porque eso es lo que una profecía les
dijo que debían hacer.
El pueblo muere y los reyes engordan. Todos mueren a manos de los
asesinos, pero al único al que temen es al que acaba con la existencia de los
ricos, a nadie le importa una familia poco privilegiada en Salmedra, por lo que
hay que tomar medidas drásticas para sobrevivir, hay que dejar que el instinto
le gane a la razón de vez en cuando.
Me convertí en asesino cuando descubrí lo fácil que podía ser acabar
con la vida de los demás a cambio de grandes cantidades de dinero, dinero que
planeaba usar para alimentar a mi familia, hasta que descubrieron como obtenía
el dinero y me repudiaron. Ese día descubrí el peligro que representa ser
dominado por el instinto y ser un asesino.
Decir que intenté evitarlo sería mentir, y decir que no lo disfrute
también sería una mentira.
Miré a mi familia, los seres por los que daría la vida, o al menos eso
creía, los seres que me dieron la espalda incluso cuando encontré la forma de
salvarnos y los destruía. Acabé con sus vidas como solo una bestia lo haría.
La sangre se convirtió en la pintura sobre las paredes, las distintas
partes de los cuerpos quedaron desperdigadas por toda la casa, intentaron huir
de mí, pero no había salvación, había pasado meses entrenándome para poder
acabar con la vida de grandes grupos de seres por dinero, sabía que debía hacer
cuando me enfrentaba a un grupo más grande, pero también más débil. Sus
intentos por salvarse fueron en vano.
En pocos minutos la casa estaba en completo silencio, un silencio
mortal. La sangre corría por las paredes y los muebles, caía en gruesas gotas
desde mi rostro al suelo, de mis manos, mi cabello, de mí. Las lágrimas no
cayeron por mis mejillas, no lloraría la muerte de aquellos quienes me odiaron
en sus últimos segundos de vida, no lamentaría sus muertes.
Extrañaría la risa de mi hermana, la sonrisa de mi madre, la fuerte
voz de mi padre; pero el recordar su rostro en cuanto descubrieron mi modo de
vida provocaría que el odio me volviese a invadir. Esos seres, cuya sangre
manchaba mi ropa, no serían añorados por mí, solo eran víctimas que debía
exterminar, nada más que eso, basura que tenía que limpiar.
Sentí que el amanecer estaba próximo, por lo que me fui a resguardar
del sol, dejando los cuerpos desmembrados donde habían quedado, no me importaba
limpiar ese caos, los asesinos no limpiamos nuestras matanzas, solo las
llevamos a cabo.
Caí en mi esquina habitual sin siquiera quitarse la ropa manchada de
carmesí, caí como un robot, vacío, sin emociones, no sentía nada, la vida era
solo un río de sangre en el que bañarse, un sinfín de placeres vacuos de los
que regodearse.
Dormí como nunca antes lo había hecho, todo el día fue tranquilo, no
soñé, al despertar me sentí descansado, como si hubiese dormido varios días
seguidos, lo cual pudo haber sucedido sin que me diese cuenta.
Mi ropa estaba tiesa en cuanto me levanté debido a la sangre seca que
todavía la manchaba. Me limpié tanto como pude, quitándome los restos de sangre
de la piel y quemé la ropa sucia, dejé la casa manchada de sangre, no me
importaba que la descubrieran, en esta tierra olvidada a nadie le interesa si
vivimos o morimos, somos solo piezas reemplazables.
Salí a la fría oscuridad, la noche era joven y tenía trabajo que
hacer, la vida no acaba cuando todos los seres que quieres mueren ante tus
ojos, la vida no acaba cuando todo muere; la vida acaba cuando se nace en una
zona podrida y olvidada por todos, la vida acaba cuando a nadie le importa
nada.
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