Capítulo III: Una semana
antes
Pocos días habían pasado, pero
ya sentía una conexión tan fuerte con la princesa, no, con Evangeline, que
resultaba confuso y abrumador. Nunca antes me había sentido cómodo con alguien,
ni familia, ni amigos, y mucho menos desconocidos, pero Evangeline era
diferente, por ella podría hacer todo, solo tiene que pedirlo, pero aunque mi
devoción resulta evidente, no se aprovecha de eso.
Mi vida había cambiado, pasaba
las noches en vela junto a Evangeline, había olvidado mi vida diurna y mis
responsabilidades como heredero, por un lado seguía odiando ser de la realeza,
por el otro lo apreciaba tanto que temía perderlo todo en cualquier momento, ya
que perder mi posición sería perder el poder casarme.
Me encontraba en el jardín
leyendo, el atardecer iluminaba las rojas con un resplandor rojo, el color con
el que la conocí, nuestro color. Pronto el sol desaparecería por completo y
podría volverla a ver. Estaba obsesionado, lo sabía, y no me interesaba cambiar
esa situación.
—Odio no poder apreciar el
atardecer, en casa tenemos cristales especiales a prueba de los rayos
ultravioleta, gracias a la magia, claro.
—Mis disculpar, pero nunca
habían resultado necesarios aquí.
—Lo entiendo. ¿Qué haremos hoy?
—Lo que desee, princesa.
—¿Podemos ir a uno de eso
lugares rojos?
—Pero, esos lugares son… bueno,
yo…
—Por favor, en serio quiero ver
como son por dentro.
—Creo que podríamos, pero más
tarde, aun es muy temprano para huir.
—Muy bien.
Por varias horas paseamos por el
jardín, conversamos sobre temas triviales. Pronto todos se fueron a dormir o se
encerraron a hablar en oficinas y demás, solo los guardias se mantenían atentos
a lo que hacíamos. Mis manos temblaban ligeramente, si alguien se enteraba de
esto estaría acabado.
Me incliné hacia la princesa y
le ofrecí mi mano, entendiendo el significado la tomó y me permitió guiarla
hacia mi salida secreta, nadie se molesto en seguirnos, nos dirigíamos hacia el
palacio, estaríamos a salvo ahí. Serpenteamos por los pasillos disimuladamente,
aparentando no tener rumbo fijo.
La ciudad estaba oculta por la
densa niebla proveniente del lago, hacía más frío de lo usual, pero Evangeline
no parecía notarlo. Ambos caminábamos tranquilamente por las callejuelas. Había
pocas personas fuera, y las pocas que eran no nos prestaban atención o estaban
totalmente ebrios.
Logramos llegar a la zona roja de
la ciudad sin inconvenientes, el viento movía gloriosamente el cabello de
Evangeline, se veía encantadora como siempre.
—Entremos, —pidió.
—No estoy seguro si dejan entrar
damas.
—Eso no es problema, vamos.
—Bien.
Lentamente nos dirigimos hacia
la puerta iluminada por el farolillo, en cuanto la atravesamos todos los ojos
se posaron en nosotros, la encargada de “La Casa del Ángel Caído” se dirigió
hacia nosotros, al parecer venía a pedirle a Evangeline que saliera.
—Señorita, lamento tener que
informarle…
—Nos quedaremos con una
habitación, el servicio de sus trabajadoras no será necesario, no hay problema
con eso, ¿cierto? —Evangeline miraba los ojos de la dueña con una intensidad
que me mantuvo inmóvil en mi lugar.
—Claro, no hay problema, aquí
está la llave —la dueña parecía hipnotizada por la mirada de Evangeline, la
cual tomó la llave y mi mano y se dirigió escaleras arriba.
Llegamos a una habitación
decorada al igual que todas las habitaciones. Las paredes era de colores
oscuros, una gran cama se ubicaba en el centro de la estancia, las velas
aromáticas proporcionaban una oscilante luz naranja y un olor fuerte llenaba la
habitación, se lograba percibir el olor a sexo después de años de uso. Las
sábanas estaban limpias, eran cambiadas después de cada cliente.
—Quiero intentar algo, ¿puedo?
—susurró la princesa a mi oído.
—Lo que sea, —susurré
estúpidamente, mientras me dejaba arrastrar hacia la cama.
Me senté junto a la princesa, la
cual se volteó para quedar de frente a mí. Se acercó lentamente, reduciendo la
distancia entre nosotros.
—Este será otro de nuestros
secretos, —continuó susurrando Evangeline.
La corta distancia que nos
separaba desapareció por completo. Sentí sus labios presionarse contra los
míos, la suavidad de su beso me embriagaba. Moví mi mano hasta posarla en su
cintura, temí que me empujara por el contacto, pero lo único que hizo fue
acercarse poco a poco.
Sentí sus manos unirse por
detrás de mi cabeza, por lo que me atreví a abrazarla con ambos brazos. No
podía creerlo, la estaba besando. Sentí como ligeramente nos inclinábamos más y
más, estaba tan desorientado que no entendí porque sucedía, hasta que sentí
como mi espalda chocaba con la cama. Evangeline se acomodó sobre mí.
Nuestras respiraciones estaban
agitadas, la temperatura de la habitación iba subiendo aceleradamente.
—¿Confía en mí? —su voz sonó a
perfección junto a mi oído.
—Sin duda alguna, —logré
responder con dificultad.
Sentí como Evangeline recorría
mi cuello con su boca, dejando suaves y cálidos besos que me excitaban.
Fue totalmente inesperado, no
sabía lo que haría hasta que sucedió. Un ligero sonido a piel desgarrada llego
a mi oído seguido por un leve momento de dolor. Sentí sus colmillos traspasar
mi piel y entrar en mí, la sangre brotó directa hacia su boca, su perfecta
boca. Por unos segundos me asusté, hasta que el placer más grande me invadió.
Nada se compara con lo que sentí
ese día, era como alcanzar la gloria, el éxtasis. Descubrí que le estaba dando
vida, mi vida; mi sangre la estaba alimentando, ella viviría por siempre con
una parte de mí en sí, ese conocimiento me hizo sentir extasiado, mucho más
feliz que la grandiosa sensación de sus succiones sobre mi cuello.
Le presione más fuerte sobre mí,
no deseaba que se separase nunca. Mi cabeza daba vueltas por varios motivos, la
excitación y el placer, la pérdida de sangre, pero sobre todo por poder ser
parte de Evangeline. Por un poco de mi sangre ella podría vivir, con y sin mí,
nada importaba mientras ella viviera. Con gran pesar la sentí dejar de succionar, esa
agradable presión sobre mi garganta desapareció, solo su recuerdo quedó.
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