Capítulo V: Fin
Era un honor ser el prometido de una princesa, lo
sabía, pero lo mejor de toda esa situación era que no solo era una princesa
cualquiera, sino que era su amada. El amor de su vida: Evangeline.
Derek la había amado desde el primer día que la
había visto, soñaba con ella, suspiraba por ella. Toda su vida había repudiado
su sangre real, odiaba su vida como príncipe nefilim, a diferencia de su
hermano Christoph, él no encontraba la felicidad entre todos los bienes
materiales que poseían. A pesar de odiar todos los aspectos que conllevaba ser
de la realeza, no podía simplemente evitar su vida, era el heredero real del
reino de Traslum, no podía darle la espalda a su pueblo, por lo que se tragaba
su disgusto y odio. Hasta que conoció a la princesa Evangeline, por ella
comenzó a querer su título real, ya que fue por este título que se le permitía
casarse con la heredera del reino de Helcron, hogar de los vampiros.
Los días se pasaban con una lentitud agonizante,
Derek solo deseaba que llegase el día de su boda, pero las horas parecían no
avanzar, los segundos no querían pasar. Intentaba calmar su ansiedad pasando
tiempo junto a Evangeline, estando con ella, permitiéndole alimentarse de su
sangre, todo por ella.
La víspera de su boda estaba tan ansioso que no
podía dormir, por lo que había decidido pasear como lo hacía a menudo, con
cuidado escapó del castillo, se escabulló sin ser detectado por un camino
descubierto varios años atrás cuando la realeza le repugnaba totalmente.
Caminaba por la ciudad nefilim, todos dormían, a diferencia de Helcron, donde
toda la actividad se concentraba en la noche, cuando los vampiros podían salir
de sus hogares sin temor a morir incinerados a causa del sol.
Las nubes cubrían en gran parte la luna que pendía
en el cielo nocturno, la noche resultaba fría sobre la piel de Derek, el aire
se encontraba inmóvil, como si esperara algo para agitarse y cortar con fuerza
la calma que se apoderaba de la ciudad entera.
El grito que escuchó fue el causante de todo, desde
el momento en que ese grito recorrió su ser como dolorosas agujas heladas supo
que estaba perdido, intento huir pero ya era tarde lo había descubierto, la
muerte vestida de traje se le apareció de frente impidiéndole correr hacia el
castillo y la seguridad proporcionada por sus guardias.
Las lágrimas corrieron por sus mejillas, se sentía
débil, humillado, pero aun así solo podía pensar en su amada, su futura esposa
que quedaría esperándolo por toda su vida, lloró por ella, no por el miedo o el
odio, solo por ella, por su futuro sufrimiento, ¿qué diría cuando se enterara
de su muerte? ¿Lloraría? ¿Acaso ella lo amaba como él a ella?
El verlo así, tan patético, provoco que Jillian
sintiera ganas de vomitar, ese era su príncipe, a él le debía lealtad a ese ser
que lloraba en frente suyo, a ese ser tan débil que imploraba en silencio por
su vida a un desconocida cualquiera. No solo le repugnó verlo, también le
enfadó ver la debilidad de la realeza ante su poder, su deseo de sangre creció
hasta que fue incapaz de controlarlo.
El cuchillo de hoja negra como la noche, con
empuñadura cubierta de cuero, el cual se había adaptado totalmente a la forma
de la mano de Jillian, recorrió lenta y fuertemente la garganta de Derek, provocando
que la sangre saliera con tanta fuerza y precipitación que en pocos segundos Derek
ya se encontrara en el suelo rodeado por un creciente charco de sangre.
Con una sonrisa de malvada satisfacción Jillian
lamió su cuchillo, su lengua se movía lentamente sobre la hoja, la sangre que
salía de su lengua al pasar por el filo se mezclaba con la de su víctima, la
cual entraba a su sistema a ser ingerida y también por la herida abierta en su
lengua. Sintió su propio poder crecer, su estado se volvió eufórico, se sintió
capaz de volar hasta la luna y volver. Era omnipotente, lo sabía, podía hacer
lo que deseara, nadie lo controlaba, a nadie temía, ni su propia muerte lo
aterraba como hacía con otros que se creían más poderosos que él.
Jillian giró y tomó en brazos a la joven que había
encontrado en el callejón, la que había gritado en cuanto le puso su mano en el
hombro sin hacerle daño, la que se había desmayado en cuanto termino de gritar,
la que se encontraba en el suelo con la ropa rota y con lágrimas en los ojos.
Pocas horas después el amanecer llegó, bañando con
la luz del sol de un nuevo día el cadáver de un príncipe sobre un río de su
sangre, con un profundo corte en la garganta. En cuanto la doncella que lo vio
por primera vez lo encontró, grito histéricamente, el pueblo acudió con gran
rapidez a la fuente de los gritos, los guardias llegaron muy tarde, no lo
pudieron salvar, ni evitar que la noticia se conociese con gran velocidad. Una
hora después todo el pueblo sabía que el príncipe Derek había sido asesinado
por el asesino “J”, los mensajeros reales junto al rey Angélico cabalgaron
hacia Helcron para dar la noticia personalmente.
En cuanto Evangeline se
enteró se encerró en su cuarto, no tenía con quien llorar, era una princesa, no
tenía amigos y el pueblo no podía ver su debilidad, por lo que se encerró por
dos días donde pudo sufrir sin ser molestada, por dos días rechazó todo el
alimento que le quisieron dar, hasta que llegó al punto de estar tan débil que
no pudo evitar que sus criadas la bañaran, vistieran y le dieran de comer, la
alistaron para asistir al funeral de su antiguo prometido, en el cual estuvo
sin derramar una sola lágrima, se sentía vacía, su amor se había hecho añicos,
su mundo se había caído en pedazos, su corazón fue desgarrado.
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