viernes, 19 de abril de 2013

Cartas a la Realidad


Auto viejo

El auto se movía lentamente, hasta que quedó aparcado a la orilla de la calle. Un auto sencillo, con abolladuras, la pintura raspada y desteñida, y la carrocería agrietada.
Sus dos pasajeros, el conductor y el copiloto, venían sumergidos en una burbuja de tristeza, lo indeseado había sucedido, nada les importaba ya, eran simplemente ellos, el mundo se disolvía frente a ellos. Las lágrimas  amenazaban con llenar los ojos del conductor, pero este con fuerza las hacía volver al interior de su alma, ocultándolas temporalmente, debía guardar la compostura, no podía desesperar aun.
En cuanto el auto se detuvo, la burbuja estalló. Un abrazo fue lo necesario para que el hombre de apariencia fuerte se quebrara y empezara a llorar en los brazos del otro. Los sollozos lo hacían moverse con fuerza.
Ambos permanecieron abrazados por tanto tiempo que llegaron a creer que el mundo alrededor de ellos había desaparecido por completo. Uno sollozaba y el otro contenía la tristeza consolando al otro con movimientos lentos de la mano sobre su cabeza.
Los minutos pasaban y lo espectadores pasaban inadvertidos de lo que sucedía en ese auto. Ese ambiente de tristeza nadie lo podía apreciar, les era ajeno.
Las palabras salían apresuradas desde sus bocas, sin un orden fijo, sin una lógica definida, solo palabras de consuelo y esperanza perdida.
Sus frentes se unieron en cuanto los sollozos se calmaron un poco, pronto sus labios estaban unidos con tal fuerza y desesperación, deseaban fundirse el uno en el otro mediante ese beso de puro dolor, el cual no era una despedida, era un “nunca te dejaré ir”. Con ese beso querían mostrar lo que las palabras no eran capaces de contener, lo que no podían expresar en una frase de amor o de esperanza.
Poco a poco el sentido de realidad regresó a ellos, haciéndolos recordar que vivían en un mundo donde ser lo que eran no era aceptado, donde los criticaban por amar a alguien “equivocado”. La ventanilla del conductor subió con esa dificultad propia de los autos viejos, encerrándolos en su mundo prohibido, apartándolos de la sociedad que les indicaba cómo debían actuar, pero que no querían seguir.
Deseaban ser ellos mismos, ¿era eso mucho que pedir? ¿Qué acaso no podían ser felices siendo ellos mismos? ¿Sin reglas o estereotipos?
Un beso siguió a las palabras y viceversa. Se amaban y querían demostrarlo, pero se le prohibía hacerlo, ¿por qué? ¿Qué acaso una de las metas de la vida no era encontrar el amor verdadero? Ese amor que te hace sonreír por todo sin parar, ese que todos anhelaban con tanta fuerza, pero poco se atrevían a sentir.
Los peor que podían haber sufrido les sucedió, pero aun así lucharían contra ese obstáculo, esperaban ganar, pero a veces existen batallas imposibles, lo cual en su caso era una desgracia.
Horrible ver los estereotipos impuestos por una sociedad vacía e hipócrita, donde todos tienen sus deseos secretos, pero los mantienen reprimidos por miedo a ser rechazados o despreciados. Ambos chicos se mostraban como eran, sin miedos ni prejuicios, pero por eso eran rechazados, incluso ridiculizados.
¿En qué ha caído la sociedad que ya ni siquiera ser feliz con uno mismo es “aceptable”? ¿En esto se han convertido las personas? ¿En robots vacíos y temerosos?
Si tal vez no fui miembro de la escena antes descrita, fui testigo, y vi como tuvieron que ocultarse por miedo al “qué dirán”, vi cómo sufrían juntos y se sostenían el uno al otro, con esa clase de apoyo que todo ser humano quiere y busca en la vida, ese soporte que lleva a la felicidad junto a una persona, lo que todos buscamos, lo que todos queremos.

P. A. Steller
Hechos reales, 15 de abril, 2013

2 comentarios:

  1. Hola nenita, te he afiliado a mi blog: writteracm.blogspot.com
    espero tu afiliación de igual manera.
    Saludos

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