Capítulo II: El baile
Observo como los invitados se
mueven para dejar el paso libre. Entonces la veo. La princesa, la única que
conoce mi secreto, la única que sabe de mi insomnio y mis visitas nocturnas a
las casas de los farolillos rojos. La única.
En dos semanas se había
convertido en una amiga, una confidente. Pocas veces nos habíamos logrado ver,
algunas en secreto, al parecer ambos somos noctámbulos, bueno, ella siempre lo
ha sido y será, yo solo algunos días.
La observo, su boca curvada en
una permanente sonrisa pícara que me incita a guardar secretos y romper reglas,
ha rebelarme y liberarme, a dejarme bajo su mando y cumplir sus deseos. Me
había obsesionado.
Me puse en pie como dictaban las
reglas de cortesía y bajé los escalones hacia los invitados de honor. Tomé su
mano enguantada de negro e incliné mi torso en una formal reverencia, deposité
un suave beso en su mano, mientras la misma sonrisa pícara suya se dibujaba con
mis labios.
Me enderecé solo para volver a
inclinarme en honor de los reyes y padres de mi prometida. Regresé a mi asiento
seguido por Evangeline, a mi lado había un trono dispuesto para ella.
-La luz del amanecer y la del
anochecer es roja como la de un farolillo- dijo Evangeline en cuanto tomó
asiento.
-Esta misma luz se puede
apreciar en cualquier zona de la ciudad- le respondí la broma de tal forma que
solo nosotros entendíamos que quería decir.
Era gratificante tener a alguien
que supiera todos mis secretos y que no los juzgase ni divulgase. Nunca creí
que alguien así podría existir, pero cuando ese alguien tiene otros secretos
que ocultar se puede evitar la vergüenza de ver la verdad expuesta.
-Nos vamos a Helcron en una
semana, ya no podré contemplar el rojo iluminar la ciudad.
-Ya lo sé, ¿en Helcron no hay
luces como las nuestras?
-¿A qué hora? De noche no
resultaría un secreto, y de día resultaría muerte.
-No lo había visto de ese modo,
entonces tendrá que aprovechar estas noches venideras para conocer toda la
ciudad que queda sin explorar.
-Pero no puedo ir deambulando por
ahí sola.
-No lo hará, princesa, ya sabe
que no.
-Solo tengo una petición, la
cual haré después.
-Mientras cumpla con mi petición
haré lo que desee.
-¿Y cuál sería?
-¿Baila, princesa?- dije
poniéndome en pie y ofreciéndole una mano.
-Creo que no me puedo negar a
tan dulce petición frente a tan numeroso público.
-Sería cruel de vuestra parte
dejar a este pobre príncipe bailando solo.
-Eso no se debe permitir. Por
supuesto que bailo.
Sus gráciles y fluidos
movimientos congelaron la habitación. Todos se alejaron del centro del salón
para permitirnos bailar. Los músicos iniciaron una nueva melodía en honor a la
pareja real. Todos nos observaban, todos nos envidiaban. Por momentos así
pensaba que ser príncipe y heredero al trono era algo hermoso, sagrado casi,
solo por ver esa sonrisa pícara iluminar ese rostro mitad ángel, mitad demonio,
ese rostro vampírico que hacia mi corazón derretirse y congelarse, todo al
mismo tiempo.
¿Cómo había pasado eso?
-¿A qué hora termina esta
encantadora velada?- susurró la princesa en mi oído mientras giraba a mi
alrededor.
Hice un muy leve encogimiento de
hombros, entendiendo a lo que se refería sin que lo dijese. Sentí una mirada
arder en mi espalda, giré mi cabeza y descubrí al rey vampiro observarme con
severidad, ¿bueno o malo? No lo sabía.
Su mirada me hipnotizaba, si
Evangeline no hubiese tirado de mí podría haber pasado la noche entera bajo su
poder.
-Cuidado con el gato, pequeño
ratón- murmuró lo más bajo que pudo.
-Estoy bien. ¿Seguimos o no?
-Me encantaría sentarme, estoy
sedienta y este no es un buen lugar para calmarme, de una u otra forma.
Tragué lentamente, lo recordaba,
claro que sí, nunca lo podría olvidar.
Conduje a la princesa hasta
nuestros asientos, tomados de la mano, como dos niños que juegan en el bosque y
se toman las manos para no perderse ni alejarse el uno del otro. En su mano
encontraba la ayuda que necesitaba para superar mi día a día, con todas las
responsabilidades que tenía y que no deseaba. Todo eso lo podría superar por
estos pequeños instantes donde era capaz de estar junto a ella.
Poco importaba ser vigilado por
todos en el salón, sabía que pronto sería libre para estar con Evangeline
cuanto quisiera, sería mía.
-Derek, ten cuidado- me dijo mi
padre en cuanto ocupé mi asiento junto a él.- El rey tiene mejor oído del que
creéis.
-Ya lo sé, no he dicho nada
indebido en ningún momento.
-Un paso en falso y se acabara.
-Reitero, no he mencionado
alguna palabra o frase indebida, no hay motivo para preocuparse, padre, sé muy
bien cuál es mi papel en esta obra, no necesito que me lo recuerden cada cinco
minutos.
-¿Una obra? ¿De qué hablan?-
preguntó Evangeline, no había notado su ausencia gracias a la conversación con
mi padre.
-Nada importante, solo
conversaba con mi hijo- respondió cordialmente mi padre, siempre se salía con
la suya, ¿cómo no noté que ella no estaba?
-¿Qué hacía, princesa?- ignoré a
mi padre, el cual parecía no haber terminado la conversación, pero se contuvo,
luego me reprendería, pero por el momento no me importo.
-Solicitando algo a mi padre,
algo pequeño sin importancia, luego os lo diré.
-Muy bien. Creo que mi padre
temé que cometa un error.
-¿Un error? ¿Algo así como
escoger mal un color?
-No, arruinar el acuerdo de
matrimonio entre nosotros y así acabar con el reino y la vida como se conoce
actualmente, es algo dramático.
-Oh no, mejor mantenerse lejos
de los colores fuertes, perdón, lejos de los malos pensamientos.
-Claro, no se vaya a cometer una
locura, como escapar a la primera oportunidad.
-No escapé, solo di un paseo a
solas en la zona roja de la ciudad.
-Lo entiendo perfectamente.
-Hora de cenar- informó mi padre
en general.
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