miércoles, 27 de febrero de 2013

Capítulo III: Arnau


Capítulo III: Esa misma noche

La brisa era fresca en el callejón junto a la taberna, yo estaba recostado contra la pared de un lado, observando discretamente al guardaespaldas de Gwennie. El enorme vampiro se veía que tenía gran fuerza, pero podía que no la suficiente agilidad o rapidez, sus pasos eran pesados, más de lo necesario, no sería difícil ganarle en una lucha.
Axel estaba mirando el final del callejón, dándonos la espalda a mí, a su hermana y al guardaespaldas. Yo fingía estar relajado y cómodo con la situación, Axel estaba tan tenso que ni el guardaespaldas hubiese logrado relajar la línea de sus hombros. Por el otro lado, los hombros de Gwennie se movían irregularmente, estaba llorando, su querido hermano la rechazaba.
—Axel, es hora de que me pagues, —dije, sabía que él lo comprendería, pero los demás no.
Se puso más tenso, si es que eso era posible, imaginé que sus ojos estaban abiertos de par en par, su mandíbula desencajada, su expresión de sorpresa. Lentamente movió su cabeza, estaba asintiendo, había entendido, luego la movió ligeramente hacia el gran guardaespaldas. Reí.
—Ningún inconveniente, a trabajar, vamos, —estiré mis brazos detrás de mi espalda, señal de pereza, saqué mi arma con cuidado, luego recordé que debía atraer la atención hacia mí, dejé el arma pequeña donde estaba y me tomé la libertad de buscar el armamento pesado, una pequeña espada escondida bajo mi abrigo. Sentí la mirada del grandulón quemar sobre mí, estaba atento a mis movimientos, no consideraba a Axel un peligro, pero yo era un desconocido, debía vigilarme de cerca, lo cual nos beneficiaba en esta ocasión.
Sentí el golpe en mi costado, me tambaleé un segundo, estaba en lo correcto sobre la fuerza, pero pude haber evitado el golpe, era lento, mucho. Me giré evitando el siguiente golpe dirigido a mi cabeza y le propiné un codazo en la espalda, no lograría hacerlo caer, como mínimo dio unos cuantos pasos en falso, pero caer, nunca.
Me superaba en fuerza, yo ganaba en rapidez; ¿qué sería lo que proporcionaría la ventaja en este caso? Solo esperaba que no fuese muy inteligente, o estaría perdido. Ocupaba que fuera un montón de músculo con nada de cerebro, un montón de fuerza bruta.
Me aparté un segundo, había logrado sacar la pequeña espada de su vaina, no debía dar el primer paso, eso era muestra de desesperación y falta de un plan, y aunque no tuviera un plan no quería demostrarlo.
Esquivó, recibió y propinó golpes, pero seguía sin usar el filo del arma, solo un poco más, un poco más. Podía notar la perplejidad de Gwennie, los miraba aterrada, paralizada. Pero Axel también dudaba, habían pasado minutos y Axel seguía sin moverse, había sacado su arma pequeña, pero no reaccionaba. Sentí el golpe en mi abdomen, ¿de dónde sacaba tanta fuerza?
Apreté los dientes y me obligué a continuar la pelea, no podía perder, no podía rendirme, era momento de acabar con eso, ya no podía darle más tiempo muerto a Axel.
Me alejé como pude y levanté la espada corta, me moví con rapidez entre sus brazos, parecía más una danza que una pelea, no le prestaba atención a Axel, no me interesaba el mundo, estos momentos de pura adrenalina, seguridad, libertad, movimiento; estos momentos eran los que me hacían amar mi trabajo, mi vida.
Sentí como el arma se hundía en el pecho del guardaespaldas y mis colmillos se extendieron aun más, lo ansiaba; los clavé en la suave piel de su hombro y la sangre explotó en mi boca, esto era fuerza, esto era poder.
Me aparté y dejé caer el cadáver ante mis pies, arranqué la espada de su cuerpo y la limpié en su ropa. Me giré para contemplar el resto de la escena: Axel mantenía una mano cubriendo la boca de su hermana para que no gritará, mientras con la otra sostenía su pequeña daga cerca del cuello de su hermana; ella lloraba, las lágrimas corrían por su rostro con fuerza. Nuestros ojos habían sido dominados por los aros turquesas características del poder vampírico, nada más que un fino aro como pupila, podía adivinar que los míos estaban iguales a los de ellos, excepto por las lágrimas en los de Gwennie.
La mirada de Axel penetraba la mía, podía adivinar que quería hacerlo solo, en privado, pero ese era un privilegio que no obtendría, me había pedido que le enseñara, bueno, entonces eso haría. Me volví a recostar contra la pared dando a entender que no me iba a ir, me limpié la barbilla con la mano, estaba lleno de sangre.
Axel comprendió a la perfección lo que sucedía y se resigno a aceptar mi presencia en el callejón.
—Gwennie, —su voz salió más fría de lo que esperaba, eso era un progreso, uno bueno—. Gwennie, ¿qué haces aquí? Fue un error venir, debiste saberlo, sabías que huí por cuenta propia y que no quería ser seguido, estaba harto de la vida que llevábamos, todo era tan… tan aburrido, horrible, cuidado… ¡No podía ser libre, no podía ser yo mismo!
»Solíamos hablar de esto, te contaba que odiaba esa vida que quería huir, ser libre, sin que me controlaran todo el tiempo. Pero tuviste que contarles a nuestros padres, cuantos intentos de huir fallidos, estaba bajo constante vigilancia, todo por tu culpa, mis posibilidades de escapar se redujeron. Por meses planeé como salir de esa casa, nunca dejé de intentarlo. Llegué a contratar a un asesino para librarme de todos y ser libre, pero una noche, después de mucho tiempo sin que apareciera el asesino, logré escabullirme, sabía que sería atrapado pronto, pero debía intentarlo.
»Lo logré, hubo que acabar con unos cuantos guardias, pero al fin logré ser libre, hasta conseguí quien me enseñara a hacer las cosas por mi cuenta. Pero esta noche apareciste y creí que era el fin, pero ¡mira! Tu guardaespaldas está muerto, yo no, pero tú sí.
La sangre salió y murió. Su primer asesinato.

Capítulo II: Arnau


Capítulo II: Unos meses después

Pasaban los días con una lentitud inusitada que provocaba que mi desesperación creciera, pero por más que odiara los días encerrado lejos del sol, a veces llegaba a creer que las noches eran peores.
Pasaban semanas antes de que visitara alguna fiesta solo para mantener las apariencias y para obtener trabajos que no podían ser simplemente entregados en la granja. Mis noches pasaban de la misma forma: cuatro días a la semana pasaba con Axel, endureciéndolo, volviéndolo en el ser frío que deseaba ser, no sabía que me había convencido, si su patética vida o su penoso ruego, cada día era un poco más fuerte, había aprendido a luchar como un verdadero vampiro —usando sus dientes como su arma más fuerte, pero sin utilizarlos en cada golpe— lo haría.
Los otros tres días me iba a hacer los trabajos por los que me pagaban, algunos días mi nuevo pupilo me acompañaba, pero le duplicaba el entrenamiento si vomitaba o lloraba.
En todo el tiempo que había pasado no había hecho los trabajos que Axel me había pagado — Alis, Gwennie, Ingrid, Micaela, Seth, Besarion, Mara, Catalia, Ione— retrasándolos para el momento en que él estuviera listo para su primer trabajo, y el primero sería justo el que me había pedido hacer meses atrás.
Esa noche estaba en un bar de la ciudad central de Dextor, Axel estaba de pie detrás de mi silla mientras le ganaba a todos en las cartas. Todos los que perdían contra mí se mantenían en silencio, aceptando su derrota, pero cuando perdían contra otros no dejaban de alegar que habían hecho trampa o algo similar.
Yo me mantenía en silencio contemplando las riñas que empezaban y terminaban con rapidez. Mi rostro inexpresivo, pero mi cerebro vigilando a cada ser dentro de la taberna. Axel estaba aprendiendo a mantenerse atento al igual que yo, pero su posición era rígida y controlada, todavía le faltaba aprender a parecer relajado y tranquilo, me obligué a recordar que debía hacerlo practicar eso mucho más.
Miré las cartas en mis manos, no tenía forma de ganar esta ronda, ocupaba que los demás tuvieran una peor mano que la mía. Escuché como Axel se movía nervioso, ese chico era de mala suerte, me salí de la ronda antes de perder algo del dinero que ya había logrado acumular frente a mí. Giré mi cabeza y le dirigí a Axel una mirada que podría matar al mismo Diablo si estuviera dirigida a él.
Noté como se tensaba aun más, dio un paso atrás y se volteó, se dirigía a la barra. Un noble oculto entre pobres, eso era lo que era ese chico, no sabía lo que era vivir con escases, luchando por vivir, solo sabía obtener lo que quería cuando lo deseaba, no estaba acostumbrado a no poder saciar su sed cuando deseaba, y bajo mi control pasaba más hambre de la que esperaba, no podía hacer de padre con él y mimarlo, darle dinero cuando lo deseaba, el único dinero que obtendría sería el que me dio para hacer su trabajo sucio, y que ganaría totalmente si asesinaba a los que quería que yo acabara.
Pisadas fuertes se abrieron paso entre la multitud, un guardaespaldas iba escoltando a una joven de cabello rubio como el sol, iba con un vestido naranja, se podía observar que no pertenecía a este lugar, no pertenecía a Dextor, era una intrusa en la taberna llena de maleantes y borrachos, si se apartaba de su guardaespaldas por tres segundos amanecería en una cuneta sin dinero, ropa y ultrajada, de eso no había duda.
Aunque algo en su rostro me resultaba intrigante, sus rasgos me resultaban familiares, era como si fuese familia de alguien que conocía, la hermana de alguien, la prima, la…
Me giré por completo para poder ver la barra donde Axel estaba dándole la espalda a la puerta, aun no había notado que poco a poco el bar se iba quedando en silencio, pero era cuestión de tiempo. Noté como movió la cabeza ligeramente, ya lo había notado, su mano estaba colocada estratégicamente cerca de su arma, solo armas de filo, las mismas que yo usaba.
Lentamente guardé el dinero ganado en el juego en mi bolsillo y saqué la navaja pequeña, la que podía ocultar en la mano, no quería que guardaespaldas me atacara si me veía con un arma. Me puse en pie y me acerqué a Axel mientras este se giraba y se congelaba al ver a la chica recién llegada.
Sus miradas se encontraron, y en los ojos de ella saltaron las lágrimas. Correteó hacia a Axel y le lanzó los brazos al cuello, él parecía una estatua tallada en marfil, su rostro tan pálido como la luna, sus ojos abiertos de par en par por la sorpresa.
—Hermanos, ¿adivino? —interrumpí su momento, aunque Axel fuese un pésimo estudiante me debía su lealtad, no lo había asesinado por invadir mi granja y lo había aceptado como aprendiz, el que mandaba era yo.
—Yo… Gwe… No… —Axel tartamudeaba, no podía formar las palabras que deseaba—. Suéltame, —dijo al fin, su voz tan fría como el hielo.
La chica del vestido naranja se apartó sorprendida y atemorizada, al parecer esa reacción no era la que esperaba.
—Ax, ¿qué pasó? ¿Qué haces aquí? Nuestros padres te han buscado por todos lados, pero…
—Estoy aquí por cuenta propia, huí de casa y no planeo volver, le debo mi lealtad a alguien más. Puedes regresar a Helcron y decirle a tus padres que ya no soy su amado hijo.
Sonreí con suficiencia, el chico no era tonto, sabía lo que le convenía, alejarse de mí no le serviría, contemplé a la chica cubrirse la boca con su enguantada mano.
—¿Por qué no nos vamos? Estamos llamando la atención. Axel, —ordené.
Caminamos frente a las miradas de todos en el bar, la chica y su guardaespaldas nos seguían, entonces lo recordé. Gwennie. Ese nombre, era su hermana, y su primer trabajo solo.

Capítulo I: Arnau


Capítulo I: 50 años después

Tanto tiempo había pasado, pero seguía sin arrepentirme por mis acciones, había cometido crímenes imperdonables, no tenía salvación, pero tampoco la buscaba.
Llevaba la vida que todo asesino a sueldo llevaría: alimentarme sin control, acabar con la vida de todos aquellos por lo que me pagaban, fiestas todas las noches. Poco a poco había mejorado mi población meta, había escalado las posiciones sociales con velocidad, el dinero podía abrir innumerable puertas, pero no las suficientes; Helcron seguía fuera de mi alcance, no podía encontrar la forma de poder entrar a la ciudad de los vampiros en Hankierv.
Todos en Dextor y Salmedra me temían, tal y como en Helcron, Traslum y Laria temían a J, en Dextor y Salmedra temían a Arnau, los dos asesinos más grandes de Hankierv, pero J seguía viviendo la vida de riqueza y poder protegido por el temor de los nobles a los que asesinaba. Lo odiaba, ese asqueroso asesino que no necesitaba más dinero para vivir pero seguía acabando con la vida de incontables seres.
Los “trabajos” llegaban a mí en la noche en forma de sobres sellados. Había cambiado de casa, pero los trabajos seguían llegando a la antigua granja, ahora abandonada, donde había masacrado a mi familia, por lo que me veía obligado a visitar la granja regularmente.
Abrí la puerta principal de mi antiguo hogar y encontré varias cartas desperdigadas en el suelo, había pasado dos meses en Salmedra cumpliendo con varios trabajos que tenía pendientes, no acostumbraba a viajar muy a menudo a Salmedra, por eso solo iba cuando acumulaba gran cantidad de trabajos en esa zona.
Me agaché y empecé a recoger los sobres de distintos colores. Cuatro, siete, nueve. Tenía trabajo que hacer.
Me enderecé y me dirigí a la segunda planta. Observé el pasillo con puertas a ambos lados, mi habitación se encontraba en la última puerta a la derecha. Todo el segundo piso estaba desprovisto de ventanas, no había un solo agujero por donde se colara la luz, mi padre se había asegurado de eso ya que no podía comprar una casa con sótano para vivir.
Esta casa no se parecía en nada a la que estaba habitando por cuenta propia, con mi familia nunca había podido crecer, no podía mostrarme como era de verdad, siempre manteniendo secretos detrás de la puerta de mi habitación, todo oculto siempre.
—No eres el primero en intentarlo, —murmuró Arnau en cuanto abrió la puerta de su habitación.
—Lo sé, por eso no lo estoy intentando, —le contestó una voz desde la oscuridad.
—¿Quién fue esta vez? ¿Nicholai? ¿Desirée?
—A esos no los conozco, estoy aquí por cuenta propia.
—Creía haberlo visto todo, pero estaba equivocado, has atrapado mi atención, ¿qué tienes en tu defensa?
—¿Una bandera blanca?
—Muy chistoso, no tengo tiempo para juegos, tengo trabajo que hacer.
—Alis, Gwennie, Ingrid, Micaela, Seth, Besarion, Mara, Catalia, Ione. —Enumeró—. Todos de Dextor, clase alta entra la baja. Sé muy bien cuál es ese trabajo que tiene que hacer.
—Veo que tienes buena memoria.
—Yo fui el que mandó a matar a todas esas personas, me impacienté porque no morían entonces vine aquí y descubrí que no había recibido mi correo, luego averigüé que estaba en Salmedra por un tiempo y decidí esperarlo.
»He tenido tiempo para pensar las cosas con claridad y he llegado a una decisión que lo involucra, nos involucra.
—¿Ah, sí? ¿Y cuál sería esa decisión tan importante que provoco que me tuviera que esperar tantos días en la oscura suciedad de la granja de mis padres? —Me mofé.
—Trabajaré a su lado, aprenderé a ser un asesino y viviré mi vida libremente, yo… —la voz se detuvo por mi risa.
Sí, me estaba riendo, reía con gran fuerza, de una forma estridente, después de varios años sin hacerlo, reía de verdad, no esa risa fingida que se hace en público para satisfacer a alguien y engañar a otro, sino una risa frenética, incontrolable.
Corrí y sujeté su cuello con una mano, lo apreté contra la pared con fuerza, me acerqué lo suficiente a su oído y a su garganta como para demostrar mi punto.
—¿Alguna vez has matado a alguien? ¿Has visto como la vida escapa de los ojos de tu víctima? ¿Sabes lo que es saber que las personas murieron en tus manos por tu culpa? —Susurré intentando asustarlo, pero no sentía que fuera afectado, parecía calmo—. Pagarle a alguien para que acabe con la vida de otro no es lo mismo a matarlo con tus propias manos. Sentir la sangre de tu víctima escapar con todo resto de vida de su cuerpo.
»Repito, ¿alguna vez has matado a alguien?
Sentí como respiro hondo, era la única señal de que había logrado afectarlo con mis palabras, tenía que admitir, tenía valentía, o mucha estupidez.
—No he acabado con mi familia. No he matado a mis amigos más cercanos. No he asesinado a desconocidos, —aclaró.
—Entonces sí lo has hecho.
Sentí como se puso rígido, había adivinado, sus palabras bien escogidas eran claras, no había duda de que intentaba ocultar algo inútilmente. No pude reprimir la sonrisa que me cubrió los labios, estaba disfrutando ese momento.
—Sí, lo he hecho. Aunque fue más error que algo planeado. Pero… pero…
—Pero lo disfrutaste de todas formas, —terminé por él y supe que había adivinado ya que no respondió—. Dime, ¿a quién?
—Gerhard.
—Siempre me había preguntado cómo había muerto ese bastardo. Así que vienes de Helcron, entonces dime, ¿por qué me mandaste todas estas víctimas de la sucia Dextor?
—Me robaron, no podía permitir que se salieran con la suya.
—Buen motivo, claro está. ¿Cómo lo mataste?
—Yo… —suspiró—. Yo estaba enfrascado en una pelea antes del amanecer cuando él apareció e intentó detenerme, lo dejé inconsciente y huí, pocas horas después nos informaron que su cadáver había aparecido. Incineración a causa de exponerse directamente bajo los rayos del sol, yo lo dejé ahí a morir.
—Creo que eso basta.

Prólogo: Arnau


Prólogo: Arnau

El deseo de sangre controla a los vampiros, pero en mi caso es peor.
Por años viví encerrado, bajo la continua vigilancia de todos, siempre temiendo a todo y a nada, en todos los años que viví con mi familia en un barrio pobre de Salmedra.
Hankierv fue dividido en seis zonas en cuanto fue creado; Dextor y Salmedra son las únicas zonas mixtas,  donde los seres de diferentes razas podemos convivir sin prejuicios ni problemas. Pero toda criatura quiere estar rodeado de sus iguales, Helcron siempre fue mi sueño, el reino de los vampiros, vivir con mis iguales, poder conocer a una aristócrata, enamorarnos y vivir felices por siempre. Pero donde nacer no se escoge y, en un mundo como Hankierv, tampoco se escoge donde vivir, pocos privilegiados pueden vivir junto a los reyes de cada raza, pero muchos nos vemos obligados a vivir junto a las ratas.
Todos los que nacen en las zonas mixtas tienen dos destinos: servir a las familias adineradas que quieran darse el lujo de tener sirvientes a su servicio o trabajar para que el reino prospere, como dicen los reyes, pero lo único que prospera es el grupo de adinerados.
Los libros de historia sobre Hankierv y la Gran Separación dicen que dejamos el mundo de los humanos para poder subsistir en paz y armonía como iguales, pero si ese fue el ideal en un inicio, ya no lo es. La estratificación social es tan marcada y evidente que nadie puede no notarlo. Los ricos son ricos y los pobres mueren de hambre.
Los vampiros luchamos por poder alimentarnos, muy pocos seres permiten que un vampiro beba su sangre para poder subsistir, ya que eso incluye perder un poco de fuerza cada vez que es necesario, lo cual les dificulta realizar sus trabajos. Así nacieron los ladrones de sangre. Vampiros que atacan a los nefilim y a las hadas para robar parte de su sangre y alimentar a sus seres queridos.
La vida en el reino no es lo que se pretendía, los ideales de la Gran Separación se han perdido. Los reyes de los cuatro reinados dejaron de ayudar al pueblo para proteger a una chica, todo porque eso es lo que una profecía les dijo que debían hacer.
El pueblo muere y los reyes engordan. Todos mueren a manos de los asesinos, pero al único al que temen es al que acaba con la existencia de los ricos, a nadie le importa una familia poco privilegiada en Salmedra, por lo que hay que tomar medidas drásticas para sobrevivir, hay que dejar que el instinto le gane a la razón de vez en cuando.
Me convertí en asesino cuando descubrí lo fácil que podía ser acabar con la vida de los demás a cambio de grandes cantidades de dinero, dinero que planeaba usar para alimentar a mi familia, hasta que descubrieron como obtenía el dinero y me repudiaron. Ese día descubrí el peligro que representa ser dominado por el instinto y ser un asesino.
Decir que intenté evitarlo sería mentir, y decir que no lo disfrute también sería una mentira.
Miré a mi familia, los seres por los que daría la vida, o al menos eso creía, los seres que me dieron la espalda incluso cuando encontré la forma de salvarnos y los destruía. Acabé con sus vidas como solo una bestia lo haría.
La sangre se convirtió en la pintura sobre las paredes, las distintas partes de los cuerpos quedaron desperdigadas por toda la casa, intentaron huir de mí, pero no había salvación, había pasado meses entrenándome para poder acabar con la vida de grandes grupos de seres por dinero, sabía que debía hacer cuando me enfrentaba a un grupo más grande, pero también más débil. Sus intentos por salvarse fueron en vano.
En pocos minutos la casa estaba en completo silencio, un silencio mortal. La sangre corría por las paredes y los muebles, caía en gruesas gotas desde mi rostro al suelo, de mis manos, mi cabello, de mí. Las lágrimas no cayeron por mis mejillas, no lloraría la muerte de aquellos quienes me odiaron en sus últimos segundos de vida, no lamentaría sus muertes.
Extrañaría la risa de mi hermana, la sonrisa de mi madre, la fuerte voz de mi padre; pero el recordar su rostro en cuanto descubrieron mi modo de vida provocaría que el odio me volviese a invadir. Esos seres, cuya sangre manchaba mi ropa, no serían añorados por mí, solo eran víctimas que debía exterminar, nada más que eso, basura que tenía que limpiar.
Sentí que el amanecer estaba próximo, por lo que me fui a resguardar del sol, dejando los cuerpos desmembrados donde habían quedado, no me importaba limpiar ese caos, los asesinos no limpiamos nuestras matanzas, solo las llevamos a cabo.
Caí en mi esquina habitual sin siquiera quitarse la ropa manchada de carmesí, caí como un robot, vacío, sin emociones, no sentía nada, la vida era solo un río de sangre en el que bañarse, un sinfín de placeres vacuos de los que regodearse.
Dormí como nunca antes lo había hecho, todo el día fue tranquilo, no soñé, al despertar me sentí descansado, como si hubiese dormido varios días seguidos, lo cual pudo haber sucedido sin que me diese cuenta.
Mi ropa estaba tiesa en cuanto me levanté debido a la sangre seca que todavía la manchaba. Me limpié tanto como pude, quitándome los restos de sangre de la piel y quemé la ropa sucia, dejé la casa manchada de sangre, no me importaba que la descubrieran, en esta tierra olvidada a nadie le interesa si vivimos o morimos, somos solo piezas reemplazables.
Salí a la fría oscuridad, la noche era joven y tenía trabajo que hacer, la vida no acaba cuando todos los seres que quieres mueren ante tus ojos, la vida no acaba cuando todo muere; la vida acaba cuando se nace en una zona podrida y olvidada por todos, la vida acaba cuando a nadie le importa nada.

martes, 26 de febrero de 2013

Capítulo V: Derek


Capítulo V: Fin
Era un honor ser el prometido de una princesa, lo sabía, pero lo mejor de toda esa situación era que no solo era una princesa cualquiera, sino que era su amada. El amor de su vida: Evangeline.
Derek la había amado desde el primer día que la había visto, soñaba con ella, suspiraba por ella. Toda su vida había repudiado su sangre real, odiaba su vida como príncipe nefilim, a diferencia de su hermano Christoph, él no encontraba la felicidad entre todos los bienes materiales que poseían. A pesar de odiar todos los aspectos que conllevaba ser de la realeza, no podía simplemente evitar su vida, era el heredero real del reino de Traslum, no podía darle la espalda a su pueblo, por lo que se tragaba su disgusto y odio. Hasta que conoció a la princesa Evangeline, por ella comenzó a querer su título real, ya que fue por este título que se le permitía casarse con la heredera del reino de Helcron, hogar de los vampiros.
Los días se pasaban con una lentitud agonizante, Derek solo deseaba que llegase el día de su boda, pero las horas parecían no avanzar, los segundos no querían pasar. Intentaba calmar su ansiedad pasando tiempo junto a Evangeline, estando con ella, permitiéndole alimentarse de su sangre, todo por ella.
La víspera de su boda estaba tan ansioso que no podía dormir, por lo que había decidido pasear como lo hacía a menudo, con cuidado escapó del castillo, se escabulló sin ser detectado por un camino descubierto varios años atrás cuando la realeza le repugnaba totalmente. Caminaba por la ciudad nefilim, todos dormían, a diferencia de Helcron, donde toda la actividad se concentraba en la noche, cuando los vampiros podían salir de sus hogares sin temor a morir incinerados a causa del sol.
Las nubes cubrían en gran parte la luna que pendía en el cielo nocturno, la noche resultaba fría sobre la piel de Derek, el aire se encontraba inmóvil, como si esperara algo para agitarse y cortar con fuerza la calma que se apoderaba de la ciudad entera.
El grito que escuchó fue el causante de todo, desde el momento en que ese grito recorrió su ser como dolorosas agujas heladas supo que estaba perdido, intento huir pero ya era tarde lo había descubierto, la muerte vestida de traje se le apareció de frente impidiéndole correr hacia el castillo y la seguridad proporcionada por sus guardias.
Las lágrimas corrieron por sus mejillas, se sentía débil, humillado, pero aun así solo podía pensar en su amada, su futura esposa que quedaría esperándolo por toda su vida, lloró por ella, no por el miedo o el odio, solo por ella, por su futuro sufrimiento, ¿qué diría cuando se enterara de su muerte? ¿Lloraría? ¿Acaso ella lo amaba como él a ella?
El verlo así, tan patético, provoco que Jillian sintiera ganas de vomitar, ese era su príncipe, a él le debía lealtad a ese ser que lloraba en frente suyo, a ese ser tan débil que imploraba en silencio por su vida a un desconocida cualquiera. No solo le repugnó verlo, también le enfadó ver la debilidad de la realeza ante su poder, su deseo de sangre creció hasta que fue incapaz de controlarlo.
El cuchillo de hoja negra como la noche, con empuñadura cubierta de cuero, el cual se había adaptado totalmente a la forma de la mano de Jillian, recorrió lenta y fuertemente la garganta de Derek, provocando que la sangre saliera con tanta fuerza y precipitación que en pocos segundos Derek ya se encontrara en el suelo rodeado por un creciente charco de sangre.
Con una sonrisa de malvada satisfacción Jillian lamió su cuchillo, su lengua se movía lentamente sobre la hoja, la sangre que salía de su lengua al pasar por el filo se mezclaba con la de su víctima, la cual entraba a su sistema a ser ingerida y también por la herida abierta en su lengua. Sintió su propio poder crecer, su estado se volvió eufórico, se sintió capaz de volar hasta la luna y volver. Era omnipotente, lo sabía, podía hacer lo que deseara, nadie lo controlaba, a nadie temía, ni su propia muerte lo aterraba como hacía con otros que se creían más poderosos que él.
Jillian giró y tomó en brazos a la joven que había encontrado en el callejón, la que había gritado en cuanto le puso su mano en el hombro sin hacerle daño, la que se había desmayado en cuanto termino de gritar, la que se encontraba en el suelo con la ropa rota y con lágrimas en los ojos.
Pocas horas después el amanecer llegó, bañando con la luz del sol de un nuevo día el cadáver de un príncipe sobre un río de su sangre, con un profundo corte en la garganta. En cuanto la doncella que lo vio por primera vez lo encontró, grito histéricamente, el pueblo acudió con gran rapidez a la fuente de los gritos, los guardias llegaron muy tarde, no lo pudieron salvar, ni evitar que la noticia se conociese con gran velocidad. Una hora después todo el pueblo sabía que el príncipe Derek había sido asesinado por el asesino “J”, los mensajeros reales junto al rey Angélico cabalgaron hacia Helcron para dar la noticia personalmente.
   En cuanto Evangeline se enteró se encerró en su cuarto, no tenía con quien llorar, era una princesa, no tenía amigos y el pueblo no podía ver su debilidad, por lo que se encerró por dos días donde pudo sufrir sin ser molestada, por dos días rechazó todo el alimento que le quisieron dar, hasta que llegó al punto de estar tan débil que no pudo evitar que sus criadas la bañaran, vistieran y le dieran de comer, la alistaron para asistir al funeral de su antiguo prometido, en el cual estuvo sin derramar una sola lágrima, se sentía vacía, su amor se había hecho añicos, su mundo se había caído en pedazos, su corazón fue desgarrado.

Capítulo IV: Derek


Capítulo IV: El baile II
Observé a los invitados salir por la puerta principal del palacio, la fiesta había acabado, todos volvían a sus hogares, a seguir con sus responsabilidades nocturnas, a divertirse, a dormir; no me interesaba qué harían, solo me importaba que se fueran y no volvieran, sus rostros me recordaban mis deberes, rodeado de nobles me asfixiaba, me sentía como un claustrofóbico en un armario.
La velada había acabado, lo que seguían eran asuntos políticos entre ambos reyes, asuntos que podían prescindir de mi presencia. Iba a dar un paseo con la princesa, el último en Traslum antes de su regreso a Helcron. Caminamos lentamente por todo el castillo. Poco a poco la servidumbre iba desapareciendo, la guardia real se iba durmiendo discretamente. En pocos minutos nadie nos prestaba atención.
Nos escabullimos por el pasillo secreto como hacíamos a menudo; algunas veces visitábamos “La Casa del Ángel Caído” con su farolillo rojo como la sangre, otras veces solo caminábamos por la ciudad, le mostré a Evangeline las zonas más hermosas de la ciudad iluminadas por la tenue luz plateada de la luna en el cielo.
Esa noche todo el pueblo estaba cubierto por un brillo plateado proveniente de la creciente luna que pendía en el cielo libre de nubes que la ocultaran. Las estrellas titilaban débilmente sobre nuestras cabezas. Nuestras sombras eran manchas oscuras sobre el suelo teñido de negro por la noche. Había luces esparcidas por toda la ciudad, iluminaban pequeñas partes, mostrando edificios construidos con piedra mágica.
El laberinto de callejones provocaba que fuera sencillo perderse, había que conocer la ciudad para poder guiarse libremente sin miedo a extraviarse y tardar horas en volver a algún lugar conocido.
Llegamos a la plaza central. En el centro, sobre el adoquinado, estaba la fuente, era monumento en honor a los Grigori, los primeros nefilim en existir sobre la tierra, su sangre fue la más pura de todas, “que mal que queden tan pocos Grigori” pensé tristemente.
La fuente era de mármol blanco, bajo la luz de la luna parecía una estatua escultura de plata. La estatua estaba tallada exquisitamente. Se podía apreciar el sufrimiento en el rostro del ángel al que se le caían las alas, a su alrededor varios nefilim se amontonaban, tan hermosos como el mismo ángel, pero sin alas. El agua salía en pequeño hilos de las alas rotas del ángel, simulando ser sangre, y caía en el círculo rodeado de marfil donde se podía sentar y pasar un tiempo contemplando la plaza central.
—Es hermosa, —jadeó Evangeline, lentamente se acercó para contemplarle mejor—. Parece hecha con plata. En su rostro se ve tanto sufrimiento, debió ser una agonía, perder las alas de esa forma, perder la familia, todo lo que conocía.
—Por amor, —completé. Observé su rostro contrariado, no entendía—. La leyenda dice que Azazel, el que se cree es este ángel, era miembro de los Guardianes, ángeles destinados a cuidar a los humanos, debían vivir junto a ellos, pero nunca relacionarse. Las hijas de los humanos eran hermosas a los ojos de los Guardianes, por lo que se reprodujeron con ellas, rompiendo toda ley existente, tanto divina como biológica. Estos hijos se convirtieron en híbridos, mitad ángeles, mitad humanos, eran los Grigori. Pero los ángeles se habían condenado a sí mismos, por lo que cayeron, sus alas les fueron arrebatadas y también su derecho a permanecer con los humanos y con sus hijos.
—Es horrible, —Evangeline se tapo la boca con una delicada mano envuelta en seda roja—. Por amor. Sufrir por amor.
Pasé uno de mis brazos por sus hombros, quería cuidarla, protegerla, pero temía que se apartará de mí.
La sorpresa me invadió cuando sentí sus delgados brazos rodearme, apoyo su cabeza en mi pecho y me permití rodearla con ambos brazos, la abracé mientras contemplábamos el agua caer desde las alas del ángel.
Sentí como Evangeline se movía ligeramente y aflojé la presión de mis brazos para permitirle hacer lo que quisiera.
—Es una historia horrible, pero al mismo tiempo hermosa, gracias por contármela.
Giré mi rostro hacia el suyo y descubrí que me miraba directamente a los ojos. Me perdí en su mirada, el anillo turquesa de sus irises brillaba con gran fuerza. La luz de la luna provocaba que su piel pareciese oro blanco, sus labios se veían rojos y me hipnotizaban. No podía dejar de apreciar su magnífica belleza, era la mujer más hermosa, tanto real como imaginaria, podía ser una alucinación o un sueño, pero era el sueño más dulce que había tenido nunca.
Tomé todo el valor del que fui capaz y me inclinó hacia ella, mis manos sudaban contra la suave tela de su vestido, necesitaba saber que era real, que estaba frente a mí y no era producto de mi imaginación. Seguí reduciendo la distancia entre ambos, centímetro a centímetro.
Estaba nervioso, pero extasiado. A pesar de estar haciendo algo indebido, la princesa no se apartaba, me permitía seguir acercándome, más y más.
El rocé fue tan leve que podía haberlo soñado, pero mi corazón dio un vuelvo y se aceleró. Posé mis labios sobre los suyos con suavidad, no quería asustarla, no quería acobardarme. Cuando sentí sus manos subir a mi cabello creí que iba a morir.
La mujer más perfecta del universo estaba entre mis brazos y me permitía besarla. Debía estar en el cielo, era el Paraíso.
Mis brazos se aferraron a Evangeline con más fuerza, nuestros labios se movían juntos, dos personas que encajan perfectamente la una con la otra. La besé con fuerza y con delicadeza, con pasión y cautela.
Aprisioné ese instante, la perfección de ese momento, dejé de pensar y me dejé llevar. Cuando Evangeline bebió mi sangre el éxtasis me había invadido, pero al besarla me sentía aun mejor. Me sentía poderoso, invencible, inmune.
Todo era perfecto, Evangeline, la noche, el beso. Si eso era un sueño deseé seguir soñando por siempre, no quería abandonar la felicidad que me invadía.
La amaba.

Capítulo III: Derek


Capítulo III: Una semana antes
Pocos días habían pasado, pero ya sentía una conexión tan fuerte con la princesa, no, con Evangeline, que resultaba confuso y abrumador. Nunca antes me había sentido cómodo con alguien, ni familia, ni amigos, y mucho menos desconocidos, pero Evangeline era diferente, por ella podría hacer todo, solo tiene que pedirlo, pero aunque mi devoción resulta evidente, no se aprovecha de eso.
Mi vida había cambiado, pasaba las noches en vela junto a Evangeline, había olvidado mi vida diurna y mis responsabilidades como heredero, por un lado seguía odiando ser de la realeza, por el otro lo apreciaba tanto que temía perderlo todo en cualquier momento, ya que perder mi posición sería perder el poder casarme.
Me encontraba en el jardín leyendo, el atardecer iluminaba las rojas con un resplandor rojo, el color con el que la conocí, nuestro color. Pronto el sol desaparecería por completo y podría volverla a ver. Estaba obsesionado, lo sabía, y no me interesaba cambiar esa situación.
—Odio no poder apreciar el atardecer, en casa tenemos cristales especiales a prueba de los rayos ultravioleta, gracias a la magia, claro.
—Mis disculpar, pero nunca habían resultado necesarios aquí.
—Lo entiendo. ¿Qué haremos hoy?
—Lo que desee, princesa.
—¿Podemos ir a uno de eso lugares rojos?
—Pero, esos lugares son… bueno, yo…
—Por favor, en serio quiero ver como son por dentro.
—Creo que podríamos, pero más tarde, aun es muy temprano para huir.
—Muy bien.
Por varias horas paseamos por el jardín, conversamos sobre temas triviales. Pronto todos se fueron a dormir o se encerraron a hablar en oficinas y demás, solo los guardias se mantenían atentos a lo que hacíamos. Mis manos temblaban ligeramente, si alguien se enteraba de esto estaría acabado.
Me incliné hacia la princesa y le ofrecí mi mano, entendiendo el significado la tomó y me permitió guiarla hacia mi salida secreta, nadie se molesto en seguirnos, nos dirigíamos hacia el palacio, estaríamos a salvo ahí. Serpenteamos por los pasillos disimuladamente, aparentando no tener rumbo fijo.

La ciudad estaba oculta por la densa niebla proveniente del lago, hacía más frío de lo usual, pero Evangeline no parecía notarlo. Ambos caminábamos tranquilamente por las callejuelas. Había pocas personas fuera, y las pocas que eran no nos prestaban atención o estaban totalmente ebrios.
Logramos llegar a la zona roja de la ciudad sin inconvenientes, el viento movía gloriosamente el cabello de Evangeline, se veía encantadora como siempre.
—Entremos, —pidió.
—No estoy seguro si dejan entrar damas.
—Eso no es problema, vamos.
—Bien.
Lentamente nos dirigimos hacia la puerta iluminada por el farolillo, en cuanto la atravesamos todos los ojos se posaron en nosotros, la encargada de “La Casa del Ángel Caído” se dirigió hacia nosotros, al parecer venía a pedirle a Evangeline que saliera.
—Señorita, lamento tener que informarle…
—Nos quedaremos con una habitación, el servicio de sus trabajadoras no será necesario, no hay problema con eso, ¿cierto? —Evangeline miraba los ojos de la dueña con una intensidad que me mantuvo inmóvil en mi lugar.
—Claro, no hay problema, aquí está la llave —la dueña parecía hipnotizada por la mirada de Evangeline, la cual tomó la llave y mi mano y se dirigió escaleras arriba.
Llegamos a una habitación decorada al igual que todas las habitaciones. Las paredes era de colores oscuros, una gran cama se ubicaba en el centro de la estancia, las velas aromáticas proporcionaban una oscilante luz naranja y un olor fuerte llenaba la habitación, se lograba percibir el olor a sexo después de años de uso. Las sábanas estaban limpias, eran cambiadas después de cada cliente.
—Quiero intentar algo, ¿puedo? —susurró la princesa a mi oído.
—Lo que sea, —susurré estúpidamente, mientras me dejaba arrastrar hacia la cama.
Me senté junto a la princesa, la cual se volteó para quedar de frente a mí. Se acercó lentamente, reduciendo la distancia entre nosotros.
—Este será otro de nuestros secretos, —continuó susurrando Evangeline.
La corta distancia que nos separaba desapareció por completo. Sentí sus labios presionarse contra los míos, la suavidad de su beso me embriagaba. Moví mi mano hasta posarla en su cintura, temí que me empujara por el contacto, pero lo único que hizo fue acercarse poco a poco.
Sentí sus manos unirse por detrás de mi cabeza, por lo que me atreví a abrazarla con ambos brazos. No podía creerlo, la estaba besando. Sentí como ligeramente nos inclinábamos más y más, estaba tan desorientado que no entendí porque sucedía, hasta que sentí como mi espalda chocaba con la cama. Evangeline se acomodó sobre mí.
Nuestras respiraciones estaban agitadas, la temperatura de la habitación iba subiendo aceleradamente.
—¿Confía en mí? —su voz sonó a perfección junto a mi oído.
—Sin duda alguna, —logré responder con dificultad.
Sentí como Evangeline recorría mi cuello con su boca, dejando suaves y cálidos besos que me excitaban.
Fue totalmente inesperado, no sabía lo que haría hasta que sucedió. Un ligero sonido a piel desgarrada llego a mi oído seguido por un leve momento de dolor. Sentí sus colmillos traspasar mi piel y entrar en mí, la sangre brotó directa hacia su boca, su perfecta boca. Por unos segundos me asusté, hasta que el placer más grande me invadió.
Nada se compara con lo que sentí ese día, era como alcanzar la gloria, el éxtasis. Descubrí que le estaba dando vida, mi vida; mi sangre la estaba alimentando, ella viviría por siempre con una parte de mí en sí, ese conocimiento me hizo sentir extasiado, mucho más feliz que la grandiosa sensación de sus succiones sobre mi cuello.
Le presione más fuerte sobre mí, no deseaba que se separase nunca. Mi cabeza daba vueltas por varios motivos, la excitación y el placer, la pérdida de sangre, pero sobre todo por poder ser parte de Evangeline. Por un poco de mi sangre ella podría vivir, con y sin mí, nada importaba mientras ella viviera. Con gran pesar la sentí dejar de succionar, esa agradable presión sobre mi garganta desapareció, solo su recuerdo quedó.

Capítulo II: Derek


Capítulo II: El baile
Observo como los invitados se mueven para dejar el paso libre. Entonces la veo. La princesa, la única que conoce mi secreto, la única que sabe de mi insomnio y mis visitas nocturnas a las casas de los farolillos rojos. La única.
En dos semanas se había convertido en una amiga, una confidente. Pocas veces nos habíamos logrado ver, algunas en secreto, al parecer ambos somos noctámbulos, bueno, ella siempre lo ha sido y será, yo solo algunos días.
La observo, su boca curvada en una permanente sonrisa pícara que me incita a guardar secretos y romper reglas, ha rebelarme y liberarme, a dejarme bajo su mando y cumplir sus deseos. Me había obsesionado.
Me puse en pie como dictaban las reglas de cortesía y bajé los escalones hacia los invitados de honor. Tomé su mano enguantada de negro e incliné mi torso en una formal reverencia, deposité un suave beso en su mano, mientras la misma sonrisa pícara suya se dibujaba con mis labios.
Me enderecé solo para volver a inclinarme en honor de los reyes y padres de mi prometida. Regresé a mi asiento seguido por Evangeline, a mi lado había un trono dispuesto para ella.
-La luz del amanecer y la del anochecer es roja como la de un farolillo- dijo Evangeline en cuanto tomó asiento.
-Esta misma luz se puede apreciar en cualquier zona de la ciudad- le respondí la broma de tal forma que solo nosotros entendíamos que quería decir.
Era gratificante tener a alguien que supiera todos mis secretos y que no los juzgase ni divulgase. Nunca creí que alguien así podría existir, pero cuando ese alguien tiene otros secretos que ocultar se puede evitar la vergüenza de ver la verdad expuesta.
-Nos vamos a Helcron en una semana, ya no podré contemplar el rojo iluminar la ciudad.
-Ya lo sé, ¿en Helcron no hay luces como las nuestras?
-¿A qué hora? De noche no resultaría un secreto, y de día resultaría muerte.
-No lo había visto de ese modo, entonces tendrá que aprovechar estas noches venideras para conocer toda la ciudad que queda sin explorar.
-Pero no puedo ir deambulando por ahí sola.
-No lo hará, princesa, ya sabe que no.
-Solo tengo una petición, la cual haré después.
-Mientras cumpla con mi petición haré lo que desee.
-¿Y cuál sería?
-¿Baila, princesa?- dije poniéndome en pie y ofreciéndole una mano.
-Creo que no me puedo negar a tan dulce petición frente a tan numeroso público.
-Sería cruel de vuestra parte dejar a este pobre príncipe bailando solo.
-Eso no se debe permitir. Por supuesto que bailo.
Sus gráciles y fluidos movimientos congelaron la habitación. Todos se alejaron del centro del salón para permitirnos bailar. Los músicos iniciaron una nueva melodía en honor a la pareja real. Todos nos observaban, todos nos envidiaban. Por momentos así pensaba que ser príncipe y heredero al trono era algo hermoso, sagrado casi, solo por ver esa sonrisa pícara iluminar ese rostro mitad ángel, mitad demonio, ese rostro vampírico que hacia mi corazón derretirse y congelarse, todo al mismo tiempo.
¿Cómo había pasado eso?
-¿A qué hora termina esta encantadora velada?- susurró la princesa en mi oído mientras giraba a mi alrededor.
Hice un muy leve encogimiento de hombros, entendiendo a lo que se refería sin que lo dijese. Sentí una mirada arder en mi espalda, giré mi cabeza y descubrí al rey vampiro observarme con severidad, ¿bueno o malo? No lo sabía.
Su mirada me hipnotizaba, si Evangeline no hubiese tirado de mí podría haber pasado la noche entera bajo su poder.
-Cuidado con el gato, pequeño ratón- murmuró lo más bajo que pudo.
-Estoy bien. ¿Seguimos o no?
-Me encantaría sentarme, estoy sedienta y este no es un buen lugar para calmarme, de una u otra forma.
Tragué lentamente, lo recordaba, claro que sí, nunca lo podría olvidar.
Conduje a la princesa hasta nuestros asientos, tomados de la mano, como dos niños que juegan en el bosque y se toman las manos para no perderse ni alejarse el uno del otro. En su mano encontraba la ayuda que necesitaba para superar mi día a día, con todas las responsabilidades que tenía y que no deseaba. Todo eso lo podría superar por estos pequeños instantes donde era capaz de estar junto a ella.
Poco importaba ser vigilado por todos en el salón, sabía que pronto sería libre para estar con Evangeline cuanto quisiera, sería mía.
-Derek, ten cuidado- me dijo mi padre en cuanto ocupé mi asiento junto a él.- El rey tiene mejor oído del que creéis.
-Ya lo sé, no he dicho nada indebido en ningún momento.
-Un paso en falso y se acabara.
-Reitero, no he mencionado alguna palabra o frase indebida, no hay motivo para preocuparse, padre, sé muy bien cuál es mi papel en esta obra, no necesito que me lo recuerden cada cinco minutos.
-¿Una obra? ¿De qué hablan?- preguntó Evangeline, no había notado su ausencia gracias a la conversación con mi padre.
-Nada importante, solo conversaba con mi hijo- respondió cordialmente mi padre, siempre se salía con la suya, ¿cómo no noté que ella no estaba?
-¿Qué hacía, princesa?- ignoré a mi padre, el cual parecía no haber terminado la conversación, pero se contuvo, luego me reprendería, pero por el momento no me importo.
-Solicitando algo a mi padre, algo pequeño sin importancia, luego os lo diré.
-Muy bien. Creo que mi padre temé que cometa un error.
-¿Un error? ¿Algo así como escoger mal un color?
-No, arruinar el acuerdo de matrimonio entre nosotros y así acabar con el reino y la vida como se conoce actualmente, es algo dramático.
-Oh no, mejor mantenerse lejos de los colores fuertes, perdón, lejos de los malos pensamientos.
-Claro, no se vaya a cometer una locura, como escapar a la primera oportunidad.
-No escapé, solo di un paseo a solas en la zona roja de la ciudad.
-Lo entiendo perfectamente.
-Hora de cenar- informó mi padre en general.

Capítulo I: Derek


Capítulo I: Dos semanas antes
La luz roja relucía sobre la puerta con el letrero amarillo. “La casa del ángel caído”. También conocida como “La casa del secreto”.
Estaba sentado a oscuras frente al prostíbulo, observando quienes entraban y salían, podía ser la casa del secreto, pero mientras observase la entrada ya no había secretos. Conocía a muchos de los que entraban confiados.
De nuevo no podía dormir.
Me escabullí fuera del palacio como hacía tantas noches, pero esta decidí solo permanecer sentado y descubrir los secretos de los demás. No buscaba placer ni poder, solo permanecía en silencio esperando por algo, pero sin saber qué. Miré el cielo, la luna relucía en el centro del cielo, se veía tan roja como la sangre, mucho decían que era un mal augurio, un maldición; otros solo la considerábamos encantadora y diferente.
Bajé la mirada en cuanto escuché las pisadas, creí que sería otro cliente del burdel, en su lugar descubrí a una dama caminar entre las sombras, iba vestida de negro, pero sus labios se veían de un rojo imposible. Su forma de andar era tan delicada y fuerte a la vez. Toda ella se veía perfecta.
Vampiro, pensé.
Solo los vampiros podían caminar con tanta confianza en la noche, el momento en que su vida se desarrollaba era en esas pocas horas sin luz solar. En Traslum normalmente había pocos vampiros, pero junto con la familia real muchos vinieron a celebrar la fiesta en honor al compromiso del príncipe nefilim y la princesa vampírica.
Sí, la princesa y yo.
Oh, querida política, gracias a ésta estaba comprometido en matrimonio con una vampiresa, la cual podría simplemente acabar con mi vida si lo deseaba. Junto a este matrimonio arreglado venía también la herencia familiar.
Traslum y Helcron se unirían, el reino nefilim se uniría al vampírico, hijos de los ángeles unidos a hijos de la noche, ¿podía haber algo peor? Sí. La coronación de la nueva pareja se celebraría poco después del matrimonio, eso significaba que sería rey en contra de mi voluntad.
Suspiré mientras la vampiresa pasaba frente a mí sin detenerse a comprobar quien era el extraño que se escondía en las sombras.
Hice cálculos mentales, tenía dos semanas antes de la fiesta y muchos preparativos que hacer, tal vez todavía no era muy tarde.
Todavía debía dormir un poco, no podía amanecer sin haber conciliado el sueño. Me puse en pie y me acerqué al farolillo rojo, abrí la puerta al mundo del secretismo, del anonimato y me entregué al placer que podría sentir por algunos momentos.

-¡Derek! Despierta, ¿qué haces en la cama?
Bien mi madre había decidido que ya había dormido suficiente, aunque ella no sabía que solo me había perdido en la inconsciencia por dos horas esa noche. Últimamente estaba histérica, todo debe ser perfecto para la fiesta de compromiso, solía decir tan a menudo que nadie le ponía atención.
Me giré y cubrí con las cobijas totalmente, había cerrado la puerta con llave en cuanto llegué, por lo que decidí no levantarme y dormir un poco más, lo cual era difícil por todos los golpes contra la puerta de mi habitación.
-Bien, sigue durmiendo, nosotros buscaremos a la princesa sin tu ayuda.
Abrí los ojos de golpe. Miré por la ventana, no quedaba más de una hora antes del amanecer, no había dormido dos horas, ni siquiera cinco minutos. Me levantó tan rápido como pude y abrí la puerta de par en par.
-¿Qué pasó?
-Bueno, anoche le dijo a su padre que quería conocer la ciudad, se fue con algunos guardias, pero logró escapar, y ya casi amanece, los guardias han buscado por todos lados. Según su padre anda con un vestido negro.
-Maldición. Voy de inmediato.
Cerré la puerta con fuerza frente a mi madre, dejándola fuera mientras me vestía un poco. No podía ser la chica que había visto frente al burdel.
Corrí hacia mi salida secreta, así llegaría más rápido a la ciudad. Los conocidos atajos hacia la zona roja pasaron a mí alrededor sin que los notase. Pensé en lo histérica que se pondría mi madre cuando se enterase de que había salido sin guardias. Bueno, ya son dos miembros de la realeza que están completamente solos.
Me detuve frente a “La casa del ángel caído”, el rastro de poder vampírico todavía se podía percibir. Utilice mis poderes de nefilim, lo que me permitió seguir el rastro cada vez más fuerte.
-¿Princesa?-pregunté, la sombra que estaba observando la ciudad no se movió, pero sí habló con una voz suave, dulce y melódica.
-Eso fue rápido, y justo a tiempo, diría yo, pronto amanecerá.
-¿Por qué ha huido?
-¿Cuál es el nombre de mi salvador?-preguntó ignorando mi pregunta.
-Derek. Solo Derek.
-Muy bien, solo Derek, ya que sabe quien soy podríamos irnos al Palacio, aquí hace mucho frío y mis padres deben haber enloquecido. En cuanto a su pregunta, creo que sabe la respuesta, pasar por ciertas zonas de esta ciudad me hubiese resultado imposible con mi guardia personal. ¿Le gustan los farolillos rojos, príncipe?
Me quedé perplejo ante sus palabras, me había reconocido frente al burdel, y ahora también lo hacía, no había visto mi rostro en ninguna ocasión pero sabía quién era. No se me ocurrió que contestar, la sorpresa me había tomado desprevenido.
-No diré nada a cambio de su silencio sobre mis visitas nocturnas a la ciudad, ¿trato?-exclamó mientras se giraba.
Sus labios seguían tan rojos y atrayentes como antes, pero esta vez solo pude concentrarme en sus ojos, esos grandes ojos turquesa, sabía que los irises se podían convertir en simples líneas turquesa brillantes, al igual que le pasaba a todos los vampiros por la sed de sangre, siempre me había parecido extraño. Pero sus ojos ejercían un poder hipnótico sobre mí, no podía dejar de verlos.
-Por aquí, la acompañaré hasta el palacio-logré decir después de un rato.
Una sonrisa curvó sus labios rojos.
-Sobre lo de antes.
-No sé a qué se refiere, princesa.

Prólogo: Derek

Prólogo: Derek
Odio y repulsión, solo eso sentía por la vida que tenía que vivir.
Lujos por doquier, grandes castillos, empleados que harían lo que fuera por cumplir con el más ínfimo deseo que tuviese, suena como la vida perfecta para algunos, pero para mí era una tortura. Era una vida vacía, familias rotas, envidia por doquier, todos son enemigos, una vida así solo me provocaba asco, tristeza, dolor y sufrimiento.
Era un príncipe de un reino inmortal, todos los súbditos y nobles eran siempre los mismos, nadie cambiaba, o al menos no moría nadie por razones naturales. Siempre vivíamos bajo la sombra de un posible asesinato contra algún miembro del reino, no importaba cuantos guardias se tuviesen, siempre aparecía alguien muerto después de alcanzar la mayoría de edad, un número tan grande de años que no cualquiera calificaba para ser asesinado.
Traslum era mi hogar, el castillo de mi padre se ubicaba en  el centro de la ciudad, todo estaba al alcance del poder familiar.

-Príncipe Derek, es la hora-dijo un criado mientras realizaba una torpe reverencia.
Me levanté de la incómoda silla en la que estaba sentado, la ropa formal que tenía que utilizar ese día resultaba molesta, se apretaba en zonas donde no era necesario y en otras la sentía grande, según mi madre esa era la vestimenta correcta, pero eso junto con la horrible corona en mi cabeza solo me provocaban malestar. Ese día tenía que asistir al baile para la nobleza de Hankierv, el gran lugar donde todos vivíamos, divido en reinos para las distintas criaturas sobrenaturales que cohabitan aquí.
La realeza vampírica ya estaba aquí, y yo, junto a mis padres y mi hermano Christoph debíamos complacer sus deseos, todos debíamos complacer a los reyes y la princesa Evangeline, conocida como la salvadora y destructora. Mi opinión sobre las antiguas leyendas era diferente a la de los demás, no me interesaba saber si eran verdad o no, las leyendas y las predicciones de Cirenia me resultaban indiferentes, muchos me consideraban escéptico.
Lentamente bajé los escalones desde mi habitación hasta el salón principal, donde se encontraban todos los invitados de esa noche. Al llegar me encontré con un grupo de aduladores que solo buscaban el favor real, aparte a todo aquél que se me acercase demasiado con palabras ensayadas frente al espejo, solo quería ser visto, cenar y luego desaparecer discretamente, pero no resultaba sencillo cuando se era el legítimos heredero al trono nefilim.
Los grupos de personas giraban a mí alrededor, los intentaba evitar para lograr situarme junto a mi familia en el palco real, pero me era difícil huir de algún grupo cuando otro ya estaba esperando por mí.
Calculé que habían pasado cerca de veinte minutos hasta que logré sentarme a la derecha del trono de mi padre, en cuanto logré acomodarme en el asiento la reprimenda inicio, había llegado tarde de nuevo, por eso debía recompensar al criado al que había logrado convencer para que me avisase en cuanto llegara la familia real de los vampiros, así había logrado evitar todo el desfile de nobles.
-Debería aprender a ser puntual, cuando seas rey deberás cumplir con vuestra obligación y no permitir ser irresponsable.
-Cuando sea rey lo intentaré y si no lo logro siempre podré vivir en una cueva y dejar que Christoph gobierne-respondí cansado de su intento por lograr que quisiera ser rey.
-Cuando vivas en una cueva y Christoph reine volveré de mi tumba y quemaré Hankierv hasta que no quede qué gobernar.
-Exageras, padre, no es gran cosa, Christoph desea este mundo de riquezas y poder, yo solo deseo alejarme de tanto aduladores que solo buscan el poder que nunca podrán tener.
-Derek, ¿qué puedo hacer con esta actitud vuestra?
-Dejarla libre y que logré cumplir su mayor deseo.
-No lo creo. Calla y sé cortés con nuestros invitados.
-Siempre soy encantador con los invitados aunque por dentro desee deshacerme de ellos e irme a dormir plácidamente.
Escucho a mi padre rechinar los dientes con tanta fuerza que parecía que se fueran a romper en cualquier momento, siempre era lo mismo, él intentaba que yo quisiera ser rey, yo rechazaba sus intentos con frases tan repetidas y trilladas que las podía decir hasta dormido.
Siempre era lo mismo, mi vida era una continua repetición del mismo día: cumplir mis deberes como príncipe en contra de mi voluntad, aprender como ser un rey, rechazar el ser rey ante mi familia pero pretender ser el perfecto heredero ante el pueblo y los nobles, siempre lo mismo, pero todo eso iba a cambiar.
Ya no soportaba la misma vida aburrida que estaba obligado a tener, necesitaba un cambio. El insomnio que padecía había provocado que conociera el bajo mundo nocturno, mis continuas huidas a mitad de la noche era desconocidas para casi todos, excepto algunos criados que me ayudaban a escapar, los dueños de los lugares que visitaba, los cuales nunca reconocían que era su príncipe, era simplemente imposible que la realeza entrase a la zona roja de la ciudad, esa era una idea inconcebible para cualquiera. Realmente nadie sabía a dónde iba cuando salía del castillo a media noche, solo él, pero ese era su secreto, nadie lo sabría nunca.
Esos momentos a altas horas de la noche, cuando los títulos no importaban, cuando todos eran desconocidos, esos momentos eran los que lo hacían sentir vivo, esas pocas horas siendo un total desconocido para todos a su alrededor, incluso para sí mismo lo hacían sentir bien, libre. Por esos momentos de libertad cambiaría su riqueza, su posición y poder, solo por poder esconderse en la invisibilidad de ser una sombra en la oscura noche que se abría a mil posibilidades diferentes para aquellos que sabían dónde y  como buscarlas.
Así se pasaba su vida, deseando un cambio, pero sin intentarlo realmente, escapando de su mundo conocido hacia aquel del anonimato total. Un día lo intentaría, saldría de ese estúpido castillo y nunca regresaría, moriría como cualquier otro, sin miedo, totalmente libre.