martes, 26 de febrero de 2013

Capítulo IV: Derek


Capítulo IV: El baile II
Observé a los invitados salir por la puerta principal del palacio, la fiesta había acabado, todos volvían a sus hogares, a seguir con sus responsabilidades nocturnas, a divertirse, a dormir; no me interesaba qué harían, solo me importaba que se fueran y no volvieran, sus rostros me recordaban mis deberes, rodeado de nobles me asfixiaba, me sentía como un claustrofóbico en un armario.
La velada había acabado, lo que seguían eran asuntos políticos entre ambos reyes, asuntos que podían prescindir de mi presencia. Iba a dar un paseo con la princesa, el último en Traslum antes de su regreso a Helcron. Caminamos lentamente por todo el castillo. Poco a poco la servidumbre iba desapareciendo, la guardia real se iba durmiendo discretamente. En pocos minutos nadie nos prestaba atención.
Nos escabullimos por el pasillo secreto como hacíamos a menudo; algunas veces visitábamos “La Casa del Ángel Caído” con su farolillo rojo como la sangre, otras veces solo caminábamos por la ciudad, le mostré a Evangeline las zonas más hermosas de la ciudad iluminadas por la tenue luz plateada de la luna en el cielo.
Esa noche todo el pueblo estaba cubierto por un brillo plateado proveniente de la creciente luna que pendía en el cielo libre de nubes que la ocultaran. Las estrellas titilaban débilmente sobre nuestras cabezas. Nuestras sombras eran manchas oscuras sobre el suelo teñido de negro por la noche. Había luces esparcidas por toda la ciudad, iluminaban pequeñas partes, mostrando edificios construidos con piedra mágica.
El laberinto de callejones provocaba que fuera sencillo perderse, había que conocer la ciudad para poder guiarse libremente sin miedo a extraviarse y tardar horas en volver a algún lugar conocido.
Llegamos a la plaza central. En el centro, sobre el adoquinado, estaba la fuente, era monumento en honor a los Grigori, los primeros nefilim en existir sobre la tierra, su sangre fue la más pura de todas, “que mal que queden tan pocos Grigori” pensé tristemente.
La fuente era de mármol blanco, bajo la luz de la luna parecía una estatua escultura de plata. La estatua estaba tallada exquisitamente. Se podía apreciar el sufrimiento en el rostro del ángel al que se le caían las alas, a su alrededor varios nefilim se amontonaban, tan hermosos como el mismo ángel, pero sin alas. El agua salía en pequeño hilos de las alas rotas del ángel, simulando ser sangre, y caía en el círculo rodeado de marfil donde se podía sentar y pasar un tiempo contemplando la plaza central.
—Es hermosa, —jadeó Evangeline, lentamente se acercó para contemplarle mejor—. Parece hecha con plata. En su rostro se ve tanto sufrimiento, debió ser una agonía, perder las alas de esa forma, perder la familia, todo lo que conocía.
—Por amor, —completé. Observé su rostro contrariado, no entendía—. La leyenda dice que Azazel, el que se cree es este ángel, era miembro de los Guardianes, ángeles destinados a cuidar a los humanos, debían vivir junto a ellos, pero nunca relacionarse. Las hijas de los humanos eran hermosas a los ojos de los Guardianes, por lo que se reprodujeron con ellas, rompiendo toda ley existente, tanto divina como biológica. Estos hijos se convirtieron en híbridos, mitad ángeles, mitad humanos, eran los Grigori. Pero los ángeles se habían condenado a sí mismos, por lo que cayeron, sus alas les fueron arrebatadas y también su derecho a permanecer con los humanos y con sus hijos.
—Es horrible, —Evangeline se tapo la boca con una delicada mano envuelta en seda roja—. Por amor. Sufrir por amor.
Pasé uno de mis brazos por sus hombros, quería cuidarla, protegerla, pero temía que se apartará de mí.
La sorpresa me invadió cuando sentí sus delgados brazos rodearme, apoyo su cabeza en mi pecho y me permití rodearla con ambos brazos, la abracé mientras contemplábamos el agua caer desde las alas del ángel.
Sentí como Evangeline se movía ligeramente y aflojé la presión de mis brazos para permitirle hacer lo que quisiera.
—Es una historia horrible, pero al mismo tiempo hermosa, gracias por contármela.
Giré mi rostro hacia el suyo y descubrí que me miraba directamente a los ojos. Me perdí en su mirada, el anillo turquesa de sus irises brillaba con gran fuerza. La luz de la luna provocaba que su piel pareciese oro blanco, sus labios se veían rojos y me hipnotizaban. No podía dejar de apreciar su magnífica belleza, era la mujer más hermosa, tanto real como imaginaria, podía ser una alucinación o un sueño, pero era el sueño más dulce que había tenido nunca.
Tomé todo el valor del que fui capaz y me inclinó hacia ella, mis manos sudaban contra la suave tela de su vestido, necesitaba saber que era real, que estaba frente a mí y no era producto de mi imaginación. Seguí reduciendo la distancia entre ambos, centímetro a centímetro.
Estaba nervioso, pero extasiado. A pesar de estar haciendo algo indebido, la princesa no se apartaba, me permitía seguir acercándome, más y más.
El rocé fue tan leve que podía haberlo soñado, pero mi corazón dio un vuelvo y se aceleró. Posé mis labios sobre los suyos con suavidad, no quería asustarla, no quería acobardarme. Cuando sentí sus manos subir a mi cabello creí que iba a morir.
La mujer más perfecta del universo estaba entre mis brazos y me permitía besarla. Debía estar en el cielo, era el Paraíso.
Mis brazos se aferraron a Evangeline con más fuerza, nuestros labios se movían juntos, dos personas que encajan perfectamente la una con la otra. La besé con fuerza y con delicadeza, con pasión y cautela.
Aprisioné ese instante, la perfección de ese momento, dejé de pensar y me dejé llevar. Cuando Evangeline bebió mi sangre el éxtasis me había invadido, pero al besarla me sentía aun mejor. Me sentía poderoso, invencible, inmune.
Todo era perfecto, Evangeline, la noche, el beso. Si eso era un sueño deseé seguir soñando por siempre, no quería abandonar la felicidad que me invadía.
La amaba.

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