Capítulo IV: El baile II
Observé a los invitados salir
por la puerta principal del palacio, la fiesta había acabado, todos volvían a
sus hogares, a seguir con sus responsabilidades nocturnas, a divertirse, a
dormir; no me interesaba qué harían, solo me importaba que se fueran y no
volvieran, sus rostros me recordaban mis deberes, rodeado de nobles me
asfixiaba, me sentía como un claustrofóbico en un armario.
La velada había acabado, lo que
seguían eran asuntos políticos entre ambos reyes, asuntos que podían prescindir
de mi presencia. Iba a dar un paseo con la princesa, el último en Traslum antes
de su regreso a Helcron. Caminamos lentamente por todo el castillo. Poco a poco
la servidumbre iba desapareciendo, la guardia real se iba durmiendo
discretamente. En pocos minutos nadie nos prestaba atención.
Nos escabullimos por el pasillo
secreto como hacíamos a menudo; algunas veces visitábamos “La Casa del Ángel
Caído” con su farolillo rojo como la sangre, otras veces solo caminábamos por
la ciudad, le mostré a Evangeline las zonas más hermosas de la ciudad
iluminadas por la tenue luz plateada de la luna en el cielo.
Esa noche todo el pueblo estaba
cubierto por un brillo plateado proveniente de la creciente luna que pendía en
el cielo libre de nubes que la ocultaran. Las estrellas titilaban débilmente
sobre nuestras cabezas. Nuestras sombras eran manchas oscuras sobre el suelo
teñido de negro por la noche. Había luces esparcidas por toda la ciudad,
iluminaban pequeñas partes, mostrando edificios construidos con piedra mágica.
El laberinto de callejones
provocaba que fuera sencillo perderse, había que conocer la ciudad para poder
guiarse libremente sin miedo a extraviarse y tardar horas en volver a algún
lugar conocido.
Llegamos a la plaza central. En
el centro, sobre el adoquinado, estaba la fuente, era monumento en honor a los
Grigori, los primeros nefilim en existir sobre la tierra, su sangre fue la más
pura de todas, “que mal que queden tan
pocos Grigori” pensé tristemente.
La fuente era de mármol blanco,
bajo la luz de la luna parecía una estatua escultura de plata. La estatua
estaba tallada exquisitamente. Se podía apreciar el sufrimiento en el rostro
del ángel al que se le caían las alas, a su alrededor varios nefilim se
amontonaban, tan hermosos como el mismo ángel, pero sin alas. El agua salía en
pequeño hilos de las alas rotas del ángel, simulando ser sangre, y caía en el
círculo rodeado de marfil donde se podía sentar y pasar un tiempo contemplando
la plaza central.
—Es hermosa, —jadeó Evangeline,
lentamente se acercó para contemplarle mejor—. Parece hecha con plata. En su
rostro se ve tanto sufrimiento, debió ser una agonía, perder las alas de esa
forma, perder la familia, todo lo que conocía.
—Por amor, —completé. Observé su
rostro contrariado, no entendía—. La leyenda dice que Azazel, el que se cree es
este ángel, era miembro de los Guardianes, ángeles destinados a cuidar a los
humanos, debían vivir junto a ellos, pero nunca relacionarse. Las hijas de los
humanos eran hermosas a los ojos de los Guardianes, por lo que se reprodujeron
con ellas, rompiendo toda ley existente, tanto divina como biológica. Estos
hijos se convirtieron en híbridos, mitad ángeles, mitad humanos, eran los
Grigori. Pero los ángeles se habían condenado a sí mismos, por lo que cayeron,
sus alas les fueron arrebatadas y también su derecho a permanecer con los
humanos y con sus hijos.
—Es horrible, —Evangeline se
tapo la boca con una delicada mano envuelta en seda roja—. Por amor. Sufrir por
amor.
Pasé uno de mis brazos por sus
hombros, quería cuidarla, protegerla, pero temía que se apartará de mí.
La sorpresa me invadió cuando
sentí sus delgados brazos rodearme, apoyo su cabeza en mi pecho y me permití
rodearla con ambos brazos, la abracé mientras contemplábamos el agua caer desde
las alas del ángel.
Sentí como Evangeline se movía
ligeramente y aflojé la presión de mis brazos para permitirle hacer lo que
quisiera.
—Es una historia horrible, pero
al mismo tiempo hermosa, gracias por contármela.
Giré mi rostro hacia el suyo y
descubrí que me miraba directamente a los ojos. Me perdí en su mirada, el
anillo turquesa de sus irises brillaba con gran fuerza. La luz de la luna
provocaba que su piel pareciese oro blanco, sus labios se veían rojos y me hipnotizaban.
No podía dejar de apreciar su magnífica belleza, era la mujer más hermosa,
tanto real como imaginaria, podía ser una alucinación o un sueño, pero era el
sueño más dulce que había tenido nunca.
Tomé todo el valor del que fui
capaz y me inclinó hacia ella, mis manos sudaban contra la suave tela de su
vestido, necesitaba saber que era real, que estaba frente a mí y no era
producto de mi imaginación. Seguí reduciendo la distancia entre ambos,
centímetro a centímetro.
Estaba nervioso, pero extasiado.
A pesar de estar haciendo algo indebido, la princesa no se apartaba, me
permitía seguir acercándome, más y más.
El rocé fue tan leve que podía
haberlo soñado, pero mi corazón dio un vuelvo y se aceleró. Posé mis labios
sobre los suyos con suavidad, no quería asustarla, no quería acobardarme.
Cuando sentí sus manos subir a mi cabello creí que iba a morir.
La mujer más perfecta del
universo estaba entre mis brazos y me permitía besarla. Debía estar en el
cielo, era el Paraíso.
Mis brazos se aferraron a Evangeline
con más fuerza, nuestros labios se movían juntos, dos personas que encajan
perfectamente la una con la otra. La besé con fuerza y con delicadeza, con
pasión y cautela.
Aprisioné ese instante, la
perfección de ese momento, dejé de pensar y me dejé llevar. Cuando Evangeline
bebió mi sangre el éxtasis me había invadido, pero al besarla me sentía aun
mejor. Me sentía poderoso, invencible, inmune.
Todo era perfecto, Evangeline,
la noche, el beso. Si eso era un sueño deseé seguir soñando por siempre, no quería
abandonar la felicidad que me invadía.
La amaba.
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