sábado, 16 de marzo de 2013

Diario de un Fantasma


Diario de un fantasma

La lluvia caía tempestuosa sobre los cristales, haciéndolos temblar tan fuerte que parecía que iban a estallar en miles de pedazos de vidrio reflejando la luz de la habitación imitando a las estrellas, brillando en el cielo nocturno, pequeños toques plateados sobre un negro denso e impenetrable. La noche, con su magia secreta ejercía una imponente fuerza sobre todo aquél que la desease apreciar. Los árboles se mecían con fuerza a causa del viento, la tormenta había llegado sin avisar y parecía que nunca se iría.
Admirar las gotas de lluvia deslizarse por los cristales de las ventanas era todo lo que él podía hacer. Se había pasado toda su vida encerrado en su mente, aparte del mundo, era un fantasma en el mundo de los vivos.
Lentamente caminaba frente a su ventana, un vaso con whisky descansaba en su mano intacto. Se dedicaba a pensar en su vida mientras observaba la lluvia caer desde la calidez de su casa, no era su hogar, y él lo sabía, en esa casa se sentía tan ajeno como siempre lo había hecho, pero había desechado ese idea tanto tiempo atrás que llegó a pensar que todas las personas se sienten ajenas a su vida, como si estuviesen mirando una mala película pero no pudiesen alejarse de esta, estar obligado a ver los horrores que la sociedad estaba obligada a vivir era lo único que lo había mantenido con vida; todos pasamos por lo mismo, era su pensamiento diario, su letanía sin fin, su lema.
Sintió un par de ojos sobre él, se giró rápidamente pero no había nada, estaba solo en su casa, lo había comprobado, nadie podía entrar sin su permiso. Estoy alucinando, se repitió una y otra vez, deseaba creérselo, una mentira más en su vida, no iba a morir por eso.
Siguió mirando por la ventana, pero la sensación permanecía, constante sobre su espalda, no podía alejar de su mente la idea de estar alucinando, estaba cansado, había trabajado toda la semana, debía ser eso, se dirigió a su habitación en el segundo nivel, ocupaba dormir, descansar, apartar esa idea estúpida de su mente, estaba solo en su casa, nada podía pasar.
Apagó todas las luces a su paso, dejo el vaso en la cocina y se encaminó a su recamara, sentía ese par de ojos siguiéndolo mientras subía la escalera, pero cada vez se sentía diferente, ya no estaban sobre su espalda, vigilándolo, ahora esperaban, lo esperaban a él.
Su miedo gano y corrió a su habitación. Recordó como de niño se sentía a salvo bajo su cobija, su escudo anti monstruos, nada podía dañarlo mientras estuviese cubierto totalmente. Pero no pudo llegar tan lejos.
Su cabello empapado caía con suaves ondas sobre su espalda, la ropa ceñía su figura perfectamente. No podía ver sus ojos, pero sabía su color, púrpura, los ojos que lo esperaban, sus ojos. Recorrió su brazo con la mirada, la daga parecía a punto de caer de esta delgada y perfecta mano, algo tan mortal en la mano de un ángel, pero ella no era un ángel, era otro fantasma, pero este fantasma había decidido cambiar su vida hasta convertirla en una existencia poco llamativa.
—¿Qui… Quién eres? —Tartamudeó mientras el pánico llenaba su ser.
—El fantasma de las navidades pasadas —se mofó. Lentamente se giró para enfrentar al propietario de esa casa, todavía no sabía porque estaba ahí, porque decidió recorrer todo el camino en media tormenta, mientras el agua fría calaba en sus huesos y la hacía sentir tanto frío.
El silencio se impuso sobre ambos, solo interrumpido por el incesante golpetear del agua sobre el techo. La habitación estaba fría, el ambiente tenso. No sabían si temer y huir o simplemente permanecer ahí, juntos pero distantes.
—Lla… llamaré a la policía.
—No, no lo harás, si lo fueses a hacer ya lo hubieses hecho, sabías que estaba aquí desde antes de atravesar esa puerta, sé que lo sabías, no puedes mentir, —ella dijo con lágrimas en sus ojos, no sabía porque lloraba, pero no podía contenerse, era inevitable.
El silencio volvió a caer sobre ellos, pero esta vez fue interrumpido no solo por la lluvia, también por sus sollozos. ¿Por qué llora? Pensó él.
Lentamente, y sin entender el porqué, se acercó a ella, su cuerpo se movía solo, atraído por una fuerza magnética desconocida. Alguien entraba en su casa, lloraba al frente suyo y él se acercaba a ella, en lugar de llamar a la policía y acusarla por allanamiento de morada. ¿Qué demonios estaba mal con él?
—Lo lamento, yo, ocupo secarme, ¿es problema? —ella preguntó inesperadamente.
—Cla… claro, puedes usar el baño, —contesto señalando en dirección a una puerta blanca a su izquierda.
Él observo como ella desaparecía apresuradamente a través de la puerta. Se pasó la mano por el pelo, esta noche no era normal, parecía algo salido de una novela, esto no sucedía en la vida real, era imposible que alguien entrase en la casa de otra persona, mojada por caminar bajo una tormenta, con un cuchillo en la mano. Estoy alucinando, tal vez tomé más de lo que debía, o puede ser que esté dormido, sí, esto es un sueño, tiene que serlo, pensó, pero el pellizco en su brazo solo despertó un ligero dolor y comezón. Estaba despierto, en el mundo de los vivos, en la vida real, la cual parecía ser una novela.
Se dirigió hacia el gran ventanal que daba al balcón, las puertas estaban cerradas para evitar que el agua entrara, pero él sintió el deseo de abrirlas y dejarse empapar por la lluvia, dejar que el aire helado se colara y lo hiciese entrar en razón; deseaba que el viento y la lluvia pudiesen borrar lo que estaba sucediendo.
¿Quién es esta chica? Gritó en su cabeza, estaba tan confundido que sentía que podría vomitar en cualquier momento, no sabía cómo podía mantenerse en pie en un momento así, estaba desorientado. Su vida siempre había sido una película en blanco y negro, de esas que son tan aburridas que nadie la vería, su mundo se limitaba a trabajar y dormir, no hacía más que eso. Pensó que esta noche podría ser la escena en su película que haría que todos despertasen y la vieran, el momento en que el fantasma se vuelve loco y es enviado al manicomio por alucinar con chicas inexistentes que se aparecen en su casa en media tormenta.
Tal vez deba llamar al manicomio de un solo, así me ahorraría muchos problemas, suspiró mientras escuchaba la puerta del baño abrirse, se giró y volvió a contemplar esos ojos violetas que lo llamaban desde el otro extremo de la habitación.
—¿Quién eres? —preguntó sin tartamudear, estaba seguro que había perdido la cabeza, no tenía que preocuparse por parecer atrevido, los locos pueden hacer lo que quieran, y nadie les dice nada.
—Algunos me dicen Raven.
—Raven, —que bien sonaba ese nombre en su boca, reprimió una sonrisa—. ¿Qué haces aquí?
—No lo sé, seguí una estrella que me condujo a lo que buscaba.
—Sigues con las bromas, ¿huh?
—No lo puedo evitar, pero en serio me gustaría saber qué estoy haciendo aquí, de verdad. No te conozco, no sé tu nombre, nunca antes te había visto y aun así caminé hasta aquí bajo la lluvia y me colé en tu casa sin permiso, lo cual no fue fácil, debo decir.
—¿Qué haces aquí? —Repitió.
—¡No lo sé! Sabía que era una mala idea venir, solo me iré, sí, ya me voy, hasta nunca.
—Raven, no puedes salir con esta tormenta.
—Ya caminé bajo la tormenta una vez, creo que puedo volverlo a hacer.
—Vamos, te llevo. Espera, no corras, —él la siguió escaleras abajo, sin dejar de maldecir—. No te enfades, detente.
—¿Para qué? ¿Para qué me vuelvas a reprochar el haber entrado sin permiso? Lo lamento, ¿bien? Fue un error.
—¿Dónde está la daga?
—¿Cuál daga?
—La que tenías en la mano cuando estabas en mi habitación, esa daga.
—Muy bien, creo que estás alucinando, no tengo ninguna arma, no soy una psicópata, o algo parecido.
—Pero… Como sea, déjame llevarte a tu casa, no deberías caminar con esta lluvia.
—¿Y qué pasó con la policía? ¿No los vas a llamar?
—No, creo que no lo haré. ¿Puedo llevarte a casa?
—Bien, pero eso es todo, no nos volveremos a ver nunca más.
—Parece justo.
Ambos caminaron hacia la puerta del garaje. La noche cada vez era más y más extraña. Era como si seres desconocidos se hubiesen introducido en sus cuerpos y controlasen todos sus movimientos, dos fantasmas bajo el control de qué, ¿del destino? ¿De la magia? ¿De un deseo concedido por un hada madrina?
Eso solo sucedía en los cuentos, pero ahí estaban ellos, caminando juntos después de todo, sin llamar a la policía, sin llamarse demente el uno al otro. Solo caminando en silencio, un silencio tan tenso que podría cortarse con una daga, con una daga como la que estaba perdida.
Estoy loco, después de dejarla en su casa conduciré directo al manicomio y pediré que me encierren de un solo, seguía pensando él.
Él abrió la puerta para que ella pudiera pasar antes que él.
La distancia se redujo en ese corto instante mientras ella cruzaba el umbral de la puerta, su aroma serpenteó hacia él tan delicado como una rosa, pero al mismo tiempo fuerte y penetrante, dejándolo aun más confundido, si es que eso era posible. Se tuvo que sujetar con fuerza a la puerta para evitar abalanzarse sobre ella, quien por cierto, también pudo apreciar el olor fresco de él y se entretuvo en medio umbral, permaneciendo tan cerca de él como le fue posible sin parecer molesta.
—¿Cuál es tu nombre?
—Mi nombre, oh claro, mi nombre, —él calló por un rato que a ambos les pareció eterno—. Mi nombre es Jensen.
—Jensen —repitió Raven en un susurro—. Lindo nombre.
No lo habían notado, pero poco a poco la distancia entre ambos se había reducido, cada vez estaban más cerca, ella pudo sentir su pesada respiración recorrer su piel haciéndola estremecer ligeramente. Él notó como las manos de Raven se habían posado en la puerta y se acercaban a las suyas, pero aunque sabía que era extraño y no debía suceder, no se molesto en apartarse, se quedó inmóvil, ambos contuvieron la respiración anhelantes, pero a la vez asustados.
La noche había dado un giro de ciento ochenta grados, si continuaban, el desenlace de este incidente sería completamente distinto a lo que normalmente sucede por un allanamiento de morada, algo anormal, inmoral, incluso.
Un rayo ilumino la noche tormentosa, seguido rápidamente por el trueno, el cual hizo crujir las ventanas con mayor intensidad; pero a su vez también ilumino por unos segundos a una pareja besándose, dos personas ajenas al mundo, desconocidos.
Si se los preguntasen, ninguno de los dos sabría decir quien dio el primer paso, pero tampoco importaba. Se entregaron libre y abiertamente a la sensación que les proporcionaba ese ligero contacto de labios entre sí. El sabor de sus lenguas mezclado con tanta perfección que parecía como si hubiesen sido pareja por varios años, por toda su vida, y esa noche fuese especial, un recordatorio de su amor, de sus sueños y deseos.
La sensación de estar entre sus brazos provocó que Raven se estremeciera, desconocía que fuerza la había llevado a esa casa, ese hombre era un total desconocido para ella, pero en sus brazos se sintió bien, sintió que pertenecía a un lugar, por primera vez en su vida era bienvenida en algún lugar, con alguien.
Las lágrimas cayeron de los ojos de ambos, lo que provocó que se sintieran mejor consigo mismos. Olvidaron al mundo entero, el mundo que los rechazó, el mundo que no los extrañaría si desapareciesen. Olvidaron sus vidas, sus miedos, sus dudas y preguntas. Olvidaron sus nombres, todo. Se entregaron el uno al otro como si fuesen uno solo.
En algún lugar lejano de sus cabezas sabían que no se conocían, también sabían que esto no era lo correcto, simplemente no debían dejarse llevar por la pasión que los llenaba en ese momento, no era debido, pero no podían evitarlo.
En algún lugar en medio del bosque, dos palabras eran escritas en un gran libro, un libro que había existido por miles de años. “Jensen & Raven” se podía leer bajo otros nombres escritos con la misma caligrafía, cientos de nombres, un hombre y una mujer, unos escritos con tinta negra y otros con roja. No había forma de predecirlo, solo sucedía sin ser notado. Como ya había sucedido tantas veces, la pareja no supo que su destino había sido marcado.
Pasaron los minutos y las horas. Se habían dirigido a la habitación de Jensen.
Se besaban con pasión, se exploraban mutuamente, eran tan conocidos pero a la vez total extraños, se sentían como mitades de un todo, pero eso no tenía sentido.
Los fantasmas no se enamoran, los fantasmas no aman, no sueñan, no son felices, están condenados a tener una existencia de sufrimiento y dolor, nada bueno les puede suceder. Pero tal vez dos fantasmas juntos podrían cambiar esa creencia, podrían demostrar que todos pueden amar y ser felices.
El amor es trágico, lleno de promesas rotas, de sueños olvidados, de metas incumplidas. El amor es dolor solía pensar Raven, pero entre los brazos de Jensen no sentía dolor, no sentía el sufrimiento que había creído como una parte permanente en su ser. Pero la incertidumbre permanecía, escondida bajo las capas de felicidad, pero ahí estaba, ambos se sentían tan bien que no lo notaban, pero esta nunca los abandono, solo se escondió de ellos, los dejó creer que el mundo perfecto es real.
La luz producida por los relámpagos iluminaba la habitación a cortos lapsos, pero la imagen no variaba mucho. Dos amantes unidos en un baile de pasión y desenfreno. Habían perdido el control de sus cuerpos, y lo cedieron a esa fuerza que los había unido tan inexplicablemente esa noche de tormenta.
Entre besos se mezclo el dolor y el bienestar. A pesar de la sensación de felicidad que invadía a Jensen, la imagen de la daga estaba grabada en su mente, la veía afilada y peligrosa, no podía evitar imaginar cómo se sentiría el beso de la fina punta contra la piel desnuda, nunca le había gustado el dolor físico, pero la idea de sentir el corte en su piel lo hacía perder el control, era una idea ilógica, un deseo insensato, algo prohibido, pero tan llamativo que no podía dejar de crear escenas en su cabeza.
Lo descubriría, quería saber cómo se sentiría y lo haría, pero ese pensamiento tenía aun menos sentido que la idea en sí. Era inapropiado pensar en eso, el masoquismo no era lo suyo, pero ¿y ella?
Raven nunca había visto la daga de la que había hablado él, no tenía idea a que se refería en ese momento, pero la noche ya era lo bastante loca como para preocuparse por un arma desaparecida, inexistente, en realidad. Nunca había tenido una daga, no le gustaban las armas, odiaba la sensación que sentiría de herir a alguien, se odiaría a sí misma si algo le sucediera a Jensen por su culpa. Se odiaría por herir a un desconocido que inesperadamente había entrado en su corazón de piedra fría.
Todo pudo ser una alucinación, un sueño, pero también pudo ser realidad. El metal frío apareció sin explicación alguna en su mano. Pudo haber pasado mil años pensando en ese instante que nunca lograría descubrir cómo había aparecido de la nada en su mano. Magia, pero la magia no existía, nunca lo había hecho ni lo haría, ¿cierto?
La daga se había enterrado en su piel tan fácilmente como lo haría en la mantequilla, el filo cortó y libero miles de punzadas heladas en su cuerpo, el beso del metal había alcanzado su corazón haciendo que su sangre escapara por la herida abierta en el pecho.
Ambos cayeron dormidos, estaban abrazados, pero uno de los dos no volvería a despertar, nunca lo haría de nuevo, su corazón fuerte había dejado de palpitar en cuanto no tuvo sangre para hacer correr por sus venas y arterias ahora secas y vacías.

La historia se repite, fue su primer pensamiento en cuanto despertó, no supo qué quería decir, pero sabía que era verdad, la historia siempre se repetía, después de todo, seguían siendo fantasmas, pero qué tan real podía ser una frase que era producto de un sueño, restos amargos de una pesadilla que parecía no acabar.
El aire estaba impregnado por un olor metálico, lucho por respirar sin ahogarse, pero el olor penetraba tan fuerte por su nariz hasta sus pulmones que le resultaba difícil ignorarlo. Se giró con fuerza en busca de aire fresco, pero el olor seguía pegado en su nariz. Un regusto metálico le lleno la boca provocándole nauseas.
¿Qué demonios es esto? Pensó con furia. No lograba soportar más ese olor por lo que abrió los ojos en busca de la fuente de tan asqueroso hedor. Su vista se ajustó lentamente a la poca luz que entraba en la habitación por el gran ventanal que tenía enfrente.
Se dio la vuelta lentamente sintiendo algo húmedo en las manos. Sus ojos se abrieron de par en par cuando pudo entender la escena que tenía frente a sí.
Su cuerpo, la cama, la ropa, todo; había sangre por todos lados, tanta sangre. Observó sus manos y las encontró teñidas de un rojo tan fuerte que parecían las manos de un demonio. Una daga sobresalía del cadáver que yacía laxo sobre las sábanas teñidas de rojo por su sangre, su piel era de un blanco extremo. Estaba observando la víctima de un asesinato. Pero solo dos personas habían estado en esa casa la noche anterior, estaba claro que nadie más pudo haber irrumpido y asesinado solo a uno de los dos.
Se llevó una mano a la boca y sollozo fuertemente mientras se empujaba fuera de la cama hasta caer en el suelo; se alejo más y más mientras reprimía la urgencia de vomitar, las lágrimas caían ardientes por sus mejillas. Se encogió en la esquina de la habitación, se abrazaba con fuerza y se mecía, atrás y adelante, atrás y adelante; una y otra vez, mientras comprendía que solo una persona pudo haber cometido ese homicidio.
Se pasó la noche durmiendo con un cadáver sin saberlo, todo había sucedido mientras estaba inconsciente, no podía recordar nada de lo sucedido después de entrar a la habitación entre beso y beso.
Los segundos se convirtieron en agónicas horas que pasaban con gran lentitud, las lágrimas no dejaban de recorrer su rostro, limpiando poco a poco los restos de sangre pegados en sus mejillas, nariz y boca, lágrimas que se convertían en sangre, tan rojas como el fuego del amanecer e igual de ardientes.
Escuchó un teléfono sonar a lo lejos, pero no podía moverse, estaba congelado en ese rincón, sufriendo por su crimen. Se odiaba por lo que había hecho, o creía haber hecho, ya que era la explicación que tenía más sentido.
La habitación se tiñó de rojo por la luz del atardecer directa contra la ventana. Todos los colores se intensificaron y adquirieron un matiz tan rojizo que provocó que no lo soportara más. Su crimen no tenía perdón, iría a prisión por el resto de su vida, no volvería a ver la luz del sol, a respirar el aire fresco; cosas que solo le parecían que no merecía.
El sol, el aire, el cantar de los pájaros, la felicidad; todo eso parecían banalidades en comparación con la imagen que tenía enfrente. El dolor, la agonía, el sufrimiento, la tristeza: eso era lo único que se merecía. No era justo que el asesino pudiese disfrutar los pequeños placeres de la vida, mientras su víctima se podría bajo tierra, lejos del calor y la luz del sol, sin poder apreciar las estrellas en el cielo nocturno, u observar la luna brillar sobre su cabeza.
Todo lo que había ocasionado no podía conseguir perdón. Los golpes resonaron en la puerta principal, pero no les dio importancia, nadie buscaba a un fantasma, solo lo que iban de casa en casa todos los días llegaban a llamar sin querer en la casa de aquellas personas sin suerte olvidadas del mundo.
Los golpes seguían resonando con más insistencia, cada vez más fuertes y rápidos, knock, knock, knock. Cada golpe dolía, su cabeza parecía a punto de estallar debido a haber pasado todo el día llorando y sin comer ni beber.
Un golpe más fuerte provocó que apretara los dientes con fuerza para evitar que su cabeza explotara en cientos de pedazos y que manchara las paredes, la única zona de la habitación que no había sido invadida por la sangre de su víctima.
Rápidas pisadas de varias personas retumbaron en la escalera.
¿Qué demonios pasa aquí? Se logró preguntar antes de comprenderlo todo.
—¡Policía, ponga las manos donde pueda verlas!
—Jefe, vea esto, —escuchó a un oficial murmurar.
—Tanta sangre, —dijo otro ser uniformado.
—¿Qué sucedió? —Preguntó el que parecía ser el jefe.
Todo eso lo escuchó como si proviniese de otro mundo, un mundo que se encontraba a miles de años luz. Los oficiales dejaron de prestarle atención después de decidir que no era un peligro para ellos. Se dedicaron a revisar la escena del crimen.
Otros oficiales llegaron, los forenses, los fotógrafos… todos estaban ahí, pero nadie prestaba atención al fantasma en la esquina de la habitación, ese ser ajeno al mundo que permanecía llorando en silencio por su crimen y cubierto de sangre.
Desde ese día no podía haber más felicidad, su vida estaría marcada por el dolor y el sufrimiento. Nunca sabría lo que de verdad había sucedido, pero tampoco lo deseaba saber. No quería recordar cómo había acabado con su vida, no quería recordar la forma en que su vida había abandonado su cuerpo y sus ojos se oscurecieron, murieron.
Jensen nunca había conocido a sus padres, vivió en las sombras por años, solo, sin amor ni la calidez de una familia. Toda su vida había creído que sus padres lo dejaron solo porque no podían cuidar de él, pero ese día descubrió que lo habían dejado porque era un monstruo, un asesino. Ellos vieron la maldad en él desde el momento en que nació. Era un asesino. Un asqueroso asesino de mujeres indefensas.
Siempre había estado solo, pero cuando al fin encontró alguien que podría remediar eso y lo arruino, no, algo peor, lo asesino. Sobre el pecho de Raven vio la daga con la que la había visto la noche anterior, había pasado por alto ese pequeño detalle, pero pudo descubrirlo antes de que la cubrieran con una manta blanca. Movió la cabeza para mirar el sol del atardecer a través de la gran ventana que había sido abierta por los oficiales para dejar entrar el aire a la habitación y así lograr que el hedor a sangre que se había acumulado se redujera un poco. Observo el sol directamente pero no apartó la vista a pesar del dolor que sentía al observarlo.
No podía imaginar cuanto había sufrido Raven la noche anterior a causa suya, el dolor en sus ojos era mínimo comparado a la agonía que tuvo que haber sufrido al ser apuñalada por su mano.

—¿Có… cómo? —Tartamudeó Jensen.
Estaba sentado en una silla plegable de metal frente a una mesa con un vaso de café calentando sus manos. Al otro lado de la mesa se hallaban dos policías que lo interrogaban, pero todos parecían tan confundidos, nadie sabía qué preguntar o qué decir.
—¿Cómo? ¿A qué se refiere?
—¿Cómo descubrieron que debían ir a mi casa? —Susurró pasado un momento.
—Recibimos una llamada, según la recepcionista no dijo su nombre, solo le dijo que la podía llamar Raven.
Jensen se congeló en ese instante. Raven, imposible, ella estaba muerta, él la había matado, no era posible que ella hubiese llamado a la policía.
—Señor Redgrave, lamento todo lo que ha pasado, pero debo hacerle unas preguntas. Primero, ¿conocía a la víctima?
—La conocí la noche pasada, aparecía en mi casa, estaba empapada, su cabello oscuro chorreaba agua por haber caminado bajo la lluvia, me ofrecí a llevarla a su casa, pero, bueno, no llegamos a salir de la casa, —dijo lentamente y entre sollozos.
—Comprendo. ¿Sabe que su nombre es… era Samantha Black?
—No, no me dijo su nombre completo, me pidió que la llamara Ra… —dejó la frase sin terminar, no podía decirles que le dijo que su nombre era Raven, no, sonaría como un loco.
—¿Cómo?
—Sam, solo Sam, no quiso decir más.
—Entiendo. ¿Hay alguna posibilidad de que sepa quién hizo esto?
—¿Yo? Soy el único que estuve con ella toda la noche, no tengo coartada, nada. No hay otra explicación, yo tuve que haberlo hecho, aunque no lo recuerdo, lo juro, no lo recuerdo, no sé qué paso ni cómo, pero no hay otra explicación.
Decir esas palabras en voz alta parecía tan loco e irreal, pero lo llevo a creer que de verdad no había otra explicación, la lógica indicaba que no había otra respuesta para lo que había sucedido.
—Eso me temía. Lo dejaremos solo un momento, volvemos pronto.
Ambos oficiales salieron por una pequeña puerta blanca y se detuvieron en el corredor para hablar entre susurros.
—Está loco, —declaró el hombre.
—Suena bastante triste, ¿no crees que es algo extraño? Me refiero, míralo, está devastado por su muerte, es como si la amara, y puede ser posible, tal vez alguien más la mató, —arremetió la mujer con cautela.
—Vamos, viste esa casa, es imposible entrar sin ser invitado o sin hacer un gran caos. No había señales de entrada forzada, no había más huellas que las de ellos dos y la empleada, la cual tiene una coartada perfecta. Opino que deberíamos llamar al manicomio y dejar que se lo lleven. No pertenece a la cárcel, pero tampoco al mundo. Lo mejor sería que pase el resto de sus días en las instalaciones del psiquiátrico.
—Mejor que la cárcel, claro. No lo sé, parece tan… tan devastado.
—Eso ya lo dijiste, pero no encuentro otra solución.
—Yo tampoco, bien, haré la llamada, regresa a hablar con él.

 Nadie extraña a los fantasmas, pensó Jensen encerrado en su pequeña habitación blanca, todo era blanco, en este infierno que llamaban manicomio todo era blanco.
Por meses la policía enloqueció, el arma homicida que había sido encontrada en el cuerpo de la víctima había desaparecido sin dejar rastro. La investigación había tardado meses, pero la dejaron en cuanto les fue imposible continuarla. Declararon a Jensen culpable de homicidio y fue encerrado en el manicomio por depresión y posible demencia, no pertenecía a la cárcel por lo que buscaron un sitio en el que encajaría mejor.
Todo había acabado para él y para Raven, pero sin saberlo, él era continuamente vigilado por un verdadero fantasma que permanecía en las sombras con una sonrisa en los labios, ella había roto el ciclo, la historia había cambiado, no más muertes iguales a través de los años, no más.
Por años permaneció encerrado y rodeado por personas con distintas enfermedades mentales. Pero en su cabeza siempre mantuvo clara una cosa: se había enamorado de una desconocida, su primer y único amor, claro, no podría volver al mundo de los humanos, sus puertas a la libertad se habían cerrado para siempre. Por primera vez había entrado alguien a su corazón, y las cosas habían sido tan desastrosas que no creía posible que volviera a ser feliz, si es que alguna vez lo fue.

Un extraño libro de nombres permanecía cerrado, la empuñadura de una daga sobresalía del borde marcando la página en la que la lista se había detenido al escribir un solo nombre bajo la lista compuesta de dos nombres por línea, este único nombre era diferente, estaba escrito con tinta azul en lugar de roja o negra, como era usual.



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