Piercings y maquillaje
Uno, dos, tres, cuatro…
Pequeños detalles que
marcan que alguien sea diferente. Un simple viaje en el transporte público
puede traer más de lo que se cree.
Él tenía cuatro piercings, tres expansores y un piercing para ser exacta, todos en las
orejas. Una persona como cualquier otra, problemas y preocupaciones, felicidad
y risa, todo lo que le podía pasar a cualquier él también lo podía vivir. Sus
gustos era lo que variaban un poco de los indicados por la sociedad.
Una señora, no muy
mayor, pero tampoco joven, un ejemplar de “hija de la sociedad”, ropa
intentando imitar a la de las personas jóvenes, peinado pasado de moda y mal
hecho, zapatos que no combinaban ni con su vestimenta ni con su edad. Cumpliendo
con las reglas impuestas por la sociedad se estaba maquillando en el autobús,
colocando sombras sobre sus párpados manchados por capas y capas de maquillaje
viejo, su rostro, algo arrugado, lleno de maquillaje exagerado para cubrir las
manchas ocasionadas por el maquillaje antiguo.
Ninguna de las dos está
mal: el excesivo maquillaje en la señora o los “aretes” en el muchacho, ambos
son personas, por dentro no son diferentes; lo que los diferenciaba era su
mentalidad, sus miradas, su forma de ver el mundo y de afrontar las
dificultades. Y eso fue lo que pasó.
Una mirada indiscreta
lanzada como un ataque. Claro, ya no quedaban muchos asientos libres, por lo
que la “hija de la sociedad” tuvo que escoger entre sentarse junto a un
muchacho “extraño”, o junto a una muchacha aun más “rara”, por lo que lo
prefirió a él, no sin antes demostrar su desagrado ante la situación que
enfrentaba.
Con una simple mirada
de desprecio, asco y repugno dirigida al chico de los “aretes”, se sentó a su
lado. En sus ojos se podía el desagrado total que le causaba, no solo él, sino
ambos “raros”. ¿Tuvo que demostrarse parte de la sociedad para sentirse mejor?
Cada fibra de su cuerpo
gritaba que creía que todos los “raritos” debían vivir en un mundo aparte, lejos
de los “normales”, como si tal cosa existiera. ¿Qué acaso no todas las personas
quieren un arete, aunque sea el común en el lóbulo de la oreja? O bueno, al menos
un noventa por ciento lo han querido, aunque pocos tienen el valor de hacerlo,
a no ser que sean mujeres y les agujereen las orejas de bebés.
Pero, ¿acaso es
necesario proclamar a los cuatro vientos que se es intolerante con lo
diferente?, ¿qué acaso en la actualidad no se busca la tolerancia e igualdad?
Muchas veces las
personas intolerantes, los “hijos de la sociedad”, desean causar daño, más
usualmente daño psicológico, a los que ven la realidad de una forma diferente y
por ende toman decisión que resultan abominables para los demás, y ¿por qué causan
este daño?, ¿qué necesidad tienen de hacerlo?
Con esto no lograrán
mucho, la verdad, el mayor “logro” que podrían tener sería que la persona
afectara se deprimiera o suicidara, y ¿es eso un logro?
¿Quién no ha soñado con
ser libre aunque sea por unos minutos, poder hacer lo que se desee sin tapujos
o sin que se le odie, poder ser uno mismo? Pero no, la sociedad dice que el que
no sea igual a los demás, simplemente es el loco, el raro, el que debe ser
odiado.
Estúpido, ¿no?
Pero no, siempre se
tiene la necesidad de demostrarse intolerante, idiota. Incluso con la otra muchacha
con varios tatuajes en el brazo y el cabello teñido de rojo que pasó junto al
autobús en su viaje distraído por la ciudad.
El chico de los “aretes”
se apresuró a alcanzar a la muchacha de los tatuajes. ¿Qué importa la sociedad
si se tienen personas alrededor que toleren sin indiferencia y que compartan
gustos similares? ¿Qué importa?
P. A. Steller
Hechos reales, 15 de mayo, 2013
Que hermoso relato, que manera de identificarse con algo.... gracias Pris por este momento especial en el planeta
ResponderEliminarEn cuanto tenga otra la traigo c:
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